La Dagen fa
Sin Hvile Na
OgNatten vil vake for den
Nocturn
Se morket mã
Engang forga
Sa natten kan fade en dag
Now dat day
Just slip away
So the dark night
May watch over you
Nocturne
Though darkess lay
It will give way
When the dark night
Delivers the day
Secret Garden. Nocturne
Traducción (según la letra en inglés)
Ahora ese día
simplemente se desvanece
Entonces, la oscura noche
Puede estar vigilándote.
Nocturna.
En su oscuridad
Dará paso
cuando la noche oscura
dé a luz al día.
Secret Garden. Nocturne
Con la noche repentina de mis ojos cerrados, me observo...
Soy la raiz y el álamo.
Soy la brisa que mueve el bosque.
Soy esencia.
Soy presencia.
Porto en mí las muchas vidas de sabiduría que me han entregado.
Y transporto las leguas de historias que me fueron narradas.
Consecuentemente, soy la recipiente de toda la energía que mis muchas tierras me han entregado.
Y de la blanca aurora de mis miles amaneceres.
Y de la perpetua magia de mis tantos atardeceres.
Soy vida, ausencia, presunción y muerte.
Me incluyo en un mundo al que vine para servir.
Mis recetas sirven para sanar corazones y ramas.
Mis pasos han comunicado comarcas y villorrios.
Mis manos han dado, y han sostenido dolores y guerreros.
Mis rodillas se han postrado para adorar tanto a la tierra como al cielo.
Mis ojos han apreciado la magia de la vida en el maravilloso instante de un capullo abriéndose y la nefasta pervivencia de la miseria, el egoísmo y la miseria.
Me he deshecho en lágrimas por dolor y por alegría.
Me he rehecho con manantiales y estrellas.
He revivido por noches y languidecido por días.
y he saboreado tanto la gloria como la amargura.
Mares, ríos, lagos
Montañas, colinas y praderas.
La tierra toda ha sido mía por instantes.
El silente conocimiento del universo se me ha revelado en el zumbido de una abeja.
Vengo de nuevo a vagar por esta tierra marchita, rebosante de vida.
Vuelvo a enfrentarme a ironías que no logra entender mi pequeña mente.
Vuelvo a conectarme con tanto que he sabido, poseído y logrado...
... desde la base de la ignorancia más absoluta.
Abro, de nuevo, los ojos... para despertar a un nuevo día... para volver a ser una conciencia con mi vida entera.
Acordes de realidad acompasados por la fantasía. De un tango a una balada, acá paseamos por lo posible y lo improbable...
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18 ago 2011
19 abr 2010
Verde
Verde.
Hoy podría vestirme de verde.
Y cantar las odas a una lechuga rizada.
Y jugar con las pepitas de muchos pistachos salados.
Y comer, sin parar, brócoli salcochado.
Hoy podría jugar con el rosa para combinarlo.
Y saltar a la comba gritando colores que saldrían de mi boca.
Y decir en cada notade una canción loca, que hoy tengo ánimos de verde.
y desaparecerme en volutas de humo verde.
Sólo para aparecer en tus ansias, incluso tus envidias, verdes.
"Verde, que te quiero verde...". Garcia Lorca.
Y yo, que me vestí de verde hoy, porque me provocó, luego de mi duchita.
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mitología literaria
31 ene 2010
Diez metros de caoba. Parte dos
Munido del desparpajo que caracteriza a los irreverentes, luego de superar el temblor que se produjo en su rodilla de sólo imaginar lo que sería rematar el recorrido de sus labios por la espalda de ella, y superada con creces la necesidad de comer por las ganas de arremeter contra aquella estatua hermosa de negras pestañas, se decidió a todo. Con todos los riesgos.
Colocó la copa en la mesa con todo cuidado y la miró fijo a los ojos a través de los diez metros de pulida caoba que los separaba. Ella, percibiendo una idea bullente en su cabeza, se enderezó en la silla, espectante, serena pero ansiosa.
Y sin despegar la vista de ella, de un sólo brinco, se incorporó lentamente sobre la mesa. A sus pies habían quedado la comida que había perdido todo interés para él. Con toda calma se inclinó a recoger la copa de vino y se volvió a erguir para, sin ninguna prisa y con una cadencia muy propia, y algo de aires de quien se sabe victorioso, avanzar hacia ella.
Sin poder despegar sus ojos de él, magnetizada por todo el despliegue imperceptible de minúsculas afirmaciones que él hacía con cada paso que hacía ella daba, decidida a analizar el momento pues de nada valían las especulaciones o las suposiciones, dejó a un lado su tenedor y apoyó su mejilla, insolentemente, en la mano que acompañaba al brazo acodado en la mesa.
Sin nunca soltar la copa, sin jamás dejar de verla, justo detrás de las copas de agua y vino de ella, se acomodó nuestro individuo. Acostado sobre su costado derecho, la cabeza recostada de la mano que descansaba sobre la mesa, la copa en su mano izquierda que, suavemente, mecía el líquido púrpura a centrímetros de su nariz, parecía ajeno a la estatua de marfil y ébanos cabellos que tenía a menos de cincuenta centímetros de sí. Olfateaba el bouquet de su preciado elixir mientras ella, desconcertada y con todos sus sentidos despiertos de un sólo cachetón, observaba su delicado ritual para tomar el vino, su cuidada masculinidad exaltada y escondida por su traje y su impacable gusto para escoger hasta el zapatero que lo calzaba.
Absorta como estaba, oyó que le decía "vamos, come. No quiero que pierdas tu apetito sólo porque yo perdí el mío por tí". Ella, lentamente, volteó a verlo y descubrió que él seguía meciendo el vino, ojos cerrados, absorbiendo sus perfumes.
Habían sido segundos, fracciones, quizás, y ella había pensado que habían transcurrido incómodos minutos de silencio y mútuo acecho. El hambre se le había transformado en un mariposeo atormentante. Sin querer expresamente contravenir sus recomendaciones, pero haciendo uso de su insolencia y orgullo, alejó el plato unos centímetros de sí y se le quedó viendo fijo hasta que él dejó de menear el vino en su copa. El peso de la mirada de ella pudo más.
A medio metro de caoba entre sí, sin proferir palabra, se podían oir las respiraciones de ambos. La vena en el cuello de él latía como potro en corral. La vena, en el cuello de ella, disimulada por un abrigo de cuello alto, latía a una frecuencia no determinable. Cada uno esperaba que el otro actuara...
... y mientras, cada uno iba haciendo cálculos de lo que podría seguir, en función de los gestos, las miradas y la respiración del otro. Y lo que podría llegar a ser ese otro, merced de las pasiones mútuas, las hormonas y la suave textura de esa cálida mesa de caoba.
Colocó la copa en la mesa con todo cuidado y la miró fijo a los ojos a través de los diez metros de pulida caoba que los separaba. Ella, percibiendo una idea bullente en su cabeza, se enderezó en la silla, espectante, serena pero ansiosa.
Y sin despegar la vista de ella, de un sólo brinco, se incorporó lentamente sobre la mesa. A sus pies habían quedado la comida que había perdido todo interés para él. Con toda calma se inclinó a recoger la copa de vino y se volvió a erguir para, sin ninguna prisa y con una cadencia muy propia, y algo de aires de quien se sabe victorioso, avanzar hacia ella.
Sin poder despegar sus ojos de él, magnetizada por todo el despliegue imperceptible de minúsculas afirmaciones que él hacía con cada paso que hacía ella daba, decidida a analizar el momento pues de nada valían las especulaciones o las suposiciones, dejó a un lado su tenedor y apoyó su mejilla, insolentemente, en la mano que acompañaba al brazo acodado en la mesa.
Sin nunca soltar la copa, sin jamás dejar de verla, justo detrás de las copas de agua y vino de ella, se acomodó nuestro individuo. Acostado sobre su costado derecho, la cabeza recostada de la mano que descansaba sobre la mesa, la copa en su mano izquierda que, suavemente, mecía el líquido púrpura a centrímetros de su nariz, parecía ajeno a la estatua de marfil y ébanos cabellos que tenía a menos de cincuenta centímetros de sí. Olfateaba el bouquet de su preciado elixir mientras ella, desconcertada y con todos sus sentidos despiertos de un sólo cachetón, observaba su delicado ritual para tomar el vino, su cuidada masculinidad exaltada y escondida por su traje y su impacable gusto para escoger hasta el zapatero que lo calzaba.
Absorta como estaba, oyó que le decía "vamos, come. No quiero que pierdas tu apetito sólo porque yo perdí el mío por tí". Ella, lentamente, volteó a verlo y descubrió que él seguía meciendo el vino, ojos cerrados, absorbiendo sus perfumes.
Habían sido segundos, fracciones, quizás, y ella había pensado que habían transcurrido incómodos minutos de silencio y mútuo acecho. El hambre se le había transformado en un mariposeo atormentante. Sin querer expresamente contravenir sus recomendaciones, pero haciendo uso de su insolencia y orgullo, alejó el plato unos centímetros de sí y se le quedó viendo fijo hasta que él dejó de menear el vino en su copa. El peso de la mirada de ella pudo más.
A medio metro de caoba entre sí, sin proferir palabra, se podían oir las respiraciones de ambos. La vena en el cuello de él latía como potro en corral. La vena, en el cuello de ella, disimulada por un abrigo de cuello alto, latía a una frecuencia no determinable. Cada uno esperaba que el otro actuara...
... y mientras, cada uno iba haciendo cálculos de lo que podría seguir, en función de los gestos, las miradas y la respiración del otro. Y lo que podría llegar a ser ese otro, merced de las pasiones mútuas, las hormonas y la suave textura de esa cálida mesa de caoba.
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28 ene 2010
Diez metros de caoba
Entre ellos habían diez metros de una caoba finísima, oscura, pulida, hecha una espléndida mesa de patas torneadas.
En uno de los extremos estaba él. Un ser de esos que parecen sacado de las filas de aliados de Satanás en la tierra. De cabellos negros, ojos de idéntico color, y mirada de profundidad intimidante, iba acompañado de un algo imperceptible que tenía la facultad de envolver todas sus palabras con un halo de "cosa sucia", aún en el comentario más inocente, relacionado con una banalidad mundana como que la sopa estaba poco salada.
Del otro lado, estaba ella. Un ser de esos que parece hecho a imagen y semejanza de una intrigante Monalisa. Hermosa, de sonrisa encantadora, con un misterio que parecía nutrirse de la dulzura que poseía y que contrastaba con la descarnada sinceridad con la que juzgaba todo lo que le parecía digno de sus pensamientos.
En el medio, entre ambos, se encontraba esa semilla de deseo que los empujaba a mantenerse respectivamente en sus distantes y seguros puestos de vigilancia mientras se sabían irremediablemente atraidos, conquistados y arrasados por el otro. Sus miradas se cruzaban y sus sentidos se deseaban. Sus silencios, incómodos al principio, eran gozosos ahora. Sus gestos, de espontaneidad conpiscua, comenzaban a hacerse cómplices.
Y fue merced a su par de labios rozando su copa de vino, que él sintió una caricia en sus labios. Y fue porque su mano tomó delicadamente entre sus dedos el tallo de la copa tulipán que él sostenía, que ella sintió como le faltaba el aire ante una caricia que le recorrió toda la espina dorsal.
Y sin dejar los diez metros de separación, todo recuerdo de la comida que debían compartir, quedo enterrado entre besos, caricias, suspiros, gemidos y espasmos de gustos compartidos y revelados que nunca llegaron a ser verdad. Pero ciertamente nunca fueron mentira.
En uno de los extremos estaba él. Un ser de esos que parecen sacado de las filas de aliados de Satanás en la tierra. De cabellos negros, ojos de idéntico color, y mirada de profundidad intimidante, iba acompañado de un algo imperceptible que tenía la facultad de envolver todas sus palabras con un halo de "cosa sucia", aún en el comentario más inocente, relacionado con una banalidad mundana como que la sopa estaba poco salada.
Del otro lado, estaba ella. Un ser de esos que parece hecho a imagen y semejanza de una intrigante Monalisa. Hermosa, de sonrisa encantadora, con un misterio que parecía nutrirse de la dulzura que poseía y que contrastaba con la descarnada sinceridad con la que juzgaba todo lo que le parecía digno de sus pensamientos.
En el medio, entre ambos, se encontraba esa semilla de deseo que los empujaba a mantenerse respectivamente en sus distantes y seguros puestos de vigilancia mientras se sabían irremediablemente atraidos, conquistados y arrasados por el otro. Sus miradas se cruzaban y sus sentidos se deseaban. Sus silencios, incómodos al principio, eran gozosos ahora. Sus gestos, de espontaneidad conpiscua, comenzaban a hacerse cómplices.
Y fue merced a su par de labios rozando su copa de vino, que él sintió una caricia en sus labios. Y fue porque su mano tomó delicadamente entre sus dedos el tallo de la copa tulipán que él sostenía, que ella sintió como le faltaba el aire ante una caricia que le recorrió toda la espina dorsal.
Y sin dejar los diez metros de separación, todo recuerdo de la comida que debían compartir, quedo enterrado entre besos, caricias, suspiros, gemidos y espasmos de gustos compartidos y revelados que nunca llegaron a ser verdad. Pero ciertamente nunca fueron mentira.
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30 dic 2009
Ciclos
Soy luz, soy agua
Soy sombra, soy viento.
Soy tesis y antítesis.
Soy yo y la que fuí.
Soy la que podría ser si alimento lo que soy.
Soy las mareas y la tibia arena. La playa abierta y el muelle cerrado. El bosque frondoso y el arroyo que lo alimenta.
Soy raiz y fruto, flor y hoja, cojinetes y garras, alas y plumas, fuego y madera, caos y orden.
Y cada cierto tiempo, como el nogal, me despojo de todo para volver a nacer.
Soy la sabiduría inconsciente y la renovación terrenal.
Soy mujer.
Y estoy destinada a renacer y decaer cíclicamente, cada vez que mi cuerpo lo exige o mi alma lo necesita.
Soy sombra, soy viento.
Soy tesis y antítesis.
Soy yo y la que fuí.
Soy la que podría ser si alimento lo que soy.
Soy las mareas y la tibia arena. La playa abierta y el muelle cerrado. El bosque frondoso y el arroyo que lo alimenta.
Soy raiz y fruto, flor y hoja, cojinetes y garras, alas y plumas, fuego y madera, caos y orden.
Y cada cierto tiempo, como el nogal, me despojo de todo para volver a nacer.
Soy la sabiduría inconsciente y la renovación terrenal.
Soy mujer.
Y estoy destinada a renacer y decaer cíclicamente, cada vez que mi cuerpo lo exige o mi alma lo necesita.
17 nov 2009
Dormir
Encontrar sin perder, es doblemente gratificante.
Así que cuando con mi almohada me encuentro, me encuentro con cosas deliciosas que no he perdido, que siempre han estado allí, que alguna vez perdí y supe recuperar y que, ahora, sólo logro disfrutar.
El ritual delicioso de envolvermen con olvidos y apoyarme en proyectos para, sin poder controlarlo ni querer reprimirlo, irme paseando por senderos de símbolos y maravillas.
Acunarme en los brazos de mi cama, sin infidelidades para con ningún dios del Olimpo, siendo libre para desoir, como Apolo a Zeus, lo que Morfeo tenga a bien decirme mientras recito poesias con Ariadna y Afrodita.
Jugar a ser tantas cosas que en el día no puedo ser pero que no percibo que me gustaría ser.
Correr por tantos mares como no pensé nunca querer conocer.
Nadar por tantos cielos comoc no imaginé nunca querer poseer.
Mecerme tiernamente en las laderas y los riscos de mi manta.
Eso, y mucho más, sólo ocurre cuando voy a dormir.
Así que cuando con mi almohada me encuentro, me encuentro con cosas deliciosas que no he perdido, que siempre han estado allí, que alguna vez perdí y supe recuperar y que, ahora, sólo logro disfrutar.
El ritual delicioso de envolvermen con olvidos y apoyarme en proyectos para, sin poder controlarlo ni querer reprimirlo, irme paseando por senderos de símbolos y maravillas.
Acunarme en los brazos de mi cama, sin infidelidades para con ningún dios del Olimpo, siendo libre para desoir, como Apolo a Zeus, lo que Morfeo tenga a bien decirme mientras recito poesias con Ariadna y Afrodita.
Jugar a ser tantas cosas que en el día no puedo ser pero que no percibo que me gustaría ser.
Correr por tantos mares como no pensé nunca querer conocer.
Nadar por tantos cielos comoc no imaginé nunca querer poseer.
Mecerme tiernamente en las laderas y los riscos de mi manta.
Eso, y mucho más, sólo ocurre cuando voy a dormir.
30 oct 2009
Bruja de amor
Una vez, en momento de encanto
una bruja de amor me embrujó
con sus ojos tan grandes y llenos
de fuego más fuerte que el fuego del sol
No pudiendo, desde ese momento
ser ya dueño de mí, sucedió
que la bruja jugaba conmigo
cual nadie en el mundo con otro jugó
La tirana vendóme la vista
con un velo de loca ilusión
y sus dientes preciosos se hincaron
en el fondo de mi corazón
Como fruta que es dulce en el sueño,
y que amarga también el dolor,
fue para ella mi carne sensible
y dióme en su boca nefasto licor
Pero al fin, con alquimias y magia,
a la bruja logré dominar
mis pupilas de incendio, iracundas,
sus hondas pupilas pudieron quemar
Desde entonces, no supo la pérdida
seguir siendo mi bruja fatal,
y mis manos jugaron con ella
cual niño con una muñeca va a andar.
Su mirada velé con el velo
de una trama sutil y falaz
y mis dientes mordieron su carne,
perfumada, con gesto voraz
A su vez fue mi fruta, la bella
amarga, peligro a dejar
y en su boca mis labios pusieron
el antídoto contra su mal
Es así como ahora conozco
los misterios de su honda pasión
y doy filtros, consejos y drogas
a niñas que quieran ser brujas de amor
El Brujo. Carlos Gardel
Noche de brujas mañana.
Alguna vez hablé del significado del Halloween.
Les haré infidencia de ese evento mañana, el día de brujas en sí.
Lo que pasa es que hoy sí me siento bruja.
Bruja como esta. Bruja como la del Sabina.
Una pobre bruja que perdió su magia, que iba para reina y quedó convertida en una del montón por culpa de un brujo...
Y yo, que nunca llegué a ser bruja de amor, sino niña que aspiró a, hoy siento que quiero arrancarme del pecho todos esos dolores, lanzarlos en el caldero donde cocino sólo aquello que me es indiferente y bailar de alegría, ligera y sonriente otra vez. Rebosante de ilusiones e inocencia perdida.
Quizás un poquito de magia, de la de verdad, me ayude a ver más claramente el camino.
Y quizás, sólo quizás, por eso a mí me dicen algunos "brujita".
Así que mañana, entre rituales y sonrisas, expectante pues en la noche se aligerará el velo entre los vivos y los muertos, me prepararé para bailar y cantar las dichas con las que la vida ha tenido a bien bendecirme en este año de siembras, cuidados y cosechas...
... y echaré candela sobre los abrojos y yerbajos que haya logrado detectar y sacar de entre mis cultivos hermosos.
una bruja de amor me embrujó
con sus ojos tan grandes y llenos
de fuego más fuerte que el fuego del sol
No pudiendo, desde ese momento
ser ya dueño de mí, sucedió
que la bruja jugaba conmigo
cual nadie en el mundo con otro jugó
La tirana vendóme la vista
con un velo de loca ilusión
y sus dientes preciosos se hincaron
en el fondo de mi corazón
Como fruta que es dulce en el sueño,
y que amarga también el dolor,
fue para ella mi carne sensible
y dióme en su boca nefasto licor
Pero al fin, con alquimias y magia,
a la bruja logré dominar
mis pupilas de incendio, iracundas,
sus hondas pupilas pudieron quemar
Desde entonces, no supo la pérdida
seguir siendo mi bruja fatal,
y mis manos jugaron con ella
cual niño con una muñeca va a andar.
Su mirada velé con el velo
de una trama sutil y falaz
y mis dientes mordieron su carne,
perfumada, con gesto voraz
A su vez fue mi fruta, la bella
amarga, peligro a dejar
y en su boca mis labios pusieron
el antídoto contra su mal
Es así como ahora conozco
los misterios de su honda pasión
y doy filtros, consejos y drogas
a niñas que quieran ser brujas de amor
El Brujo. Carlos Gardel
Noche de brujas mañana.
Alguna vez hablé del significado del Halloween.
Les haré infidencia de ese evento mañana, el día de brujas en sí.
Lo que pasa es que hoy sí me siento bruja.
Bruja como esta. Bruja como la del Sabina.
Una pobre bruja que perdió su magia, que iba para reina y quedó convertida en una del montón por culpa de un brujo...
Y yo, que nunca llegué a ser bruja de amor, sino niña que aspiró a, hoy siento que quiero arrancarme del pecho todos esos dolores, lanzarlos en el caldero donde cocino sólo aquello que me es indiferente y bailar de alegría, ligera y sonriente otra vez. Rebosante de ilusiones e inocencia perdida.
Quizás un poquito de magia, de la de verdad, me ayude a ver más claramente el camino.
Y quizás, sólo quizás, por eso a mí me dicen algunos "brujita".
Así que mañana, entre rituales y sonrisas, expectante pues en la noche se aligerará el velo entre los vivos y los muertos, me prepararé para bailar y cantar las dichas con las que la vida ha tenido a bien bendecirme en este año de siembras, cuidados y cosechas...
... y echaré candela sobre los abrojos y yerbajos que haya logrado detectar y sacar de entre mis cultivos hermosos.
22 sept 2009
Vuelve, amor...
¿A dónde te fuiste que no recuerdo haberte perdido?
¿Cuándo se supone que habríamos de vernos y nunca lo hicimos?
¿Por dónde te fuiste? Te perdí el rastro...
¿Cuándo se supone que te encuentre? ¿Lo sabes tú acaso?
A mí me negaron ese pedazo de pasado...
No recuerdo haberte visto, no recuerdo haberte perdido.
Y sin embargo, sé, no lo siento, sé que estás allí, esperando.
Esperando, haciendo tu vida, tomando tus decisiones, equivocándote.
Jugando al imponente, sabiéndote incoherente.
O presintiendo que algo fallará porque no todo es como se suponái que fuera.
Dime cuándo dejaste de hablar con tu estrella...
... y ella dejó de hablar con la mía.
En medio de esta noche que es la espera, en medio de este silencio de calma,
sé, la duda no me aplasta, que estás buscándome.
Así que como tú no tienes respuestas y yo no voy a seguir buscándolas, he decidido encontrarme contigo como sea.
Tomé todas las fotos viejas y las rocié con las lágrimas derramadas.
Agarré mis tristezas y las encerré con los dolores.
Preparé arcos de flores con lo que en el jardín de mis renovaciones encontré.
Estoy haciendo un macerado de mis mejores virtudes.
Sigo desabrojando mi alma brillante, llena de naranjas y limones.
Armé a la puerta de mi casa una fogata con mis amores caducados.
Y he accionado el único mecanismo que conozco para hacerte venir:
Te he allanado el camino de vuelta, el único que no hemos probado, para encontrarnos en esta vida como lo hicimos en el pasado.
Vuelve amor, que te estoy esperando y sé que me estás buscando.
¿Cuándo se supone que habríamos de vernos y nunca lo hicimos?
¿Por dónde te fuiste? Te perdí el rastro...
¿Cuándo se supone que te encuentre? ¿Lo sabes tú acaso?
A mí me negaron ese pedazo de pasado...
No recuerdo haberte visto, no recuerdo haberte perdido.
Y sin embargo, sé, no lo siento, sé que estás allí, esperando.
Esperando, haciendo tu vida, tomando tus decisiones, equivocándote.
Jugando al imponente, sabiéndote incoherente.
O presintiendo que algo fallará porque no todo es como se suponái que fuera.
Dime cuándo dejaste de hablar con tu estrella...
... y ella dejó de hablar con la mía.
En medio de esta noche que es la espera, en medio de este silencio de calma,
sé, la duda no me aplasta, que estás buscándome.
Así que como tú no tienes respuestas y yo no voy a seguir buscándolas, he decidido encontrarme contigo como sea.
Tomé todas las fotos viejas y las rocié con las lágrimas derramadas.
Agarré mis tristezas y las encerré con los dolores.
Preparé arcos de flores con lo que en el jardín de mis renovaciones encontré.
Estoy haciendo un macerado de mis mejores virtudes.
Sigo desabrojando mi alma brillante, llena de naranjas y limones.
Armé a la puerta de mi casa una fogata con mis amores caducados.
Y he accionado el único mecanismo que conozco para hacerte venir:
Te he allanado el camino de vuelta, el único que no hemos probado, para encontrarnos en esta vida como lo hicimos en el pasado.
Vuelve amor, que te estoy esperando y sé que me estás buscando.
14 ago 2009
El hombre-bestia
Se lo veía caminar por montes y sabanas durante el día. La gente decía que los sobrevolaba de noche. Algunos hablaban de un hombre sagrado, otros de un hombre bestia que a veces era un murciélago y a veces un lobo solitario.
De buena estatura y poco peso, comía las frutas que los árboles le regalaban. Las paladeaba con fruición y las agradecía, con un toque de su mano áspera, en el tronco del generoso ser que le había obsequiado parte de lo que sería su alimento del día. A veces cazaba animalitos pequeños, presas de poca carne o fácil consumo. No se sabía su origen ni su destino. Y cada noche se sentaba en una piedra distinta a contemplar la aldea y la luna desde otro ángulo.
A veces permanecía épocas enteras sin aparecer. No se le veía en los maizales ni en las quebradas. No lo sentían los niños al jugar en los riachuelos ni en las sabanas. ¿Era muy esquivo? ¿O se habría mudado para otro pueblo? Era dificil de saber. Era como el viento y como las mareas: libre de ir a donde quisiera pero con un patrón marcado. Con el tiempo, los niños se hicieron hombres y, como sus padres y abuelos, aprendieron el ritmo de las mareas, el paso de las estaciones, el uso de la luz del sol según la época del año... y también aprendieron el paso de ese hombre bestia que era mitad inmortal, mitad fantasma, mitad sabio, mitad loco.
Y los hijos de los hijos de aquellos primeros hombres, sabían cosas de él. Muchas cosas. Que jugaba a que los rayos de la luna le acariciaran la punta del ala en sus vuelos nocturnos de su vida de murciélago. Que su quejido hondo y penetrante como lobo lograba hacer que todo el bosque y las aldeas cercanas se quedaran en un breve sopor que no era de miedo sino de profundo respeto y admiración. Y que prefería la compañía de la naturaleza a la humana pues a nadie, jamás antes, se le había acercado.
También sabían que no era loco, sino un sabio que a veces subía a la montaña y otras bajaba al río, haciéndolo crecer, desbordarse y anegar las tierras cercanas, fertilizándolas. Y que a veces, gracias a su divino conocimiento de la naturaleza, hablaba con los lobos en su mismo idioma y les aconsejaba alejarse de los rebaños y niños de los aldeanos. Así como solía unirse al vuelo nocturno de los murciélagos sólo para seducir a las estrellas y alegrar a los dioses.
Era tanto el respeto que le profesaban que era ritual dejarle con la hija mayor de cada aldeano una fruta al alba, antes de salir a pastorear. Y con el hijo mayor, un trozo pequeño de carne tras volver de cazar. Era una muestra de agradecimiento casi simbólica por todo el bien que él les proveía.
Pero un día, el hombre bestia no volvió más. Se le vió caminando dándole la espalda a la luna. Caminaba a trancos, a veces corría. Y al huir, decía, gritaba que toda la sabiduría del mundo y las muchas tribus era la misma y estaba resumida en las estrellas, las nubes, los montes y los ríos, las costas y los mares. Y como sólo le faltaba conocer el mar, iba a buscarlo, iba a conocerlo.
Los nietos de aquellos hijos cuentan que el mar lo abrazó dulcemente una noche y sigue caminando por los arrecifes y las costas, contemplando las mantarayas y hablando con los tiburones. Son ahora los pescadores de otras aldeas los que le rinden tributo y le agradecen el orden de las cosas...
De buena estatura y poco peso, comía las frutas que los árboles le regalaban. Las paladeaba con fruición y las agradecía, con un toque de su mano áspera, en el tronco del generoso ser que le había obsequiado parte de lo que sería su alimento del día. A veces cazaba animalitos pequeños, presas de poca carne o fácil consumo. No se sabía su origen ni su destino. Y cada noche se sentaba en una piedra distinta a contemplar la aldea y la luna desde otro ángulo.
A veces permanecía épocas enteras sin aparecer. No se le veía en los maizales ni en las quebradas. No lo sentían los niños al jugar en los riachuelos ni en las sabanas. ¿Era muy esquivo? ¿O se habría mudado para otro pueblo? Era dificil de saber. Era como el viento y como las mareas: libre de ir a donde quisiera pero con un patrón marcado. Con el tiempo, los niños se hicieron hombres y, como sus padres y abuelos, aprendieron el ritmo de las mareas, el paso de las estaciones, el uso de la luz del sol según la época del año... y también aprendieron el paso de ese hombre bestia que era mitad inmortal, mitad fantasma, mitad sabio, mitad loco.
Y los hijos de los hijos de aquellos primeros hombres, sabían cosas de él. Muchas cosas. Que jugaba a que los rayos de la luna le acariciaran la punta del ala en sus vuelos nocturnos de su vida de murciélago. Que su quejido hondo y penetrante como lobo lograba hacer que todo el bosque y las aldeas cercanas se quedaran en un breve sopor que no era de miedo sino de profundo respeto y admiración. Y que prefería la compañía de la naturaleza a la humana pues a nadie, jamás antes, se le había acercado.
También sabían que no era loco, sino un sabio que a veces subía a la montaña y otras bajaba al río, haciéndolo crecer, desbordarse y anegar las tierras cercanas, fertilizándolas. Y que a veces, gracias a su divino conocimiento de la naturaleza, hablaba con los lobos en su mismo idioma y les aconsejaba alejarse de los rebaños y niños de los aldeanos. Así como solía unirse al vuelo nocturno de los murciélagos sólo para seducir a las estrellas y alegrar a los dioses.
Era tanto el respeto que le profesaban que era ritual dejarle con la hija mayor de cada aldeano una fruta al alba, antes de salir a pastorear. Y con el hijo mayor, un trozo pequeño de carne tras volver de cazar. Era una muestra de agradecimiento casi simbólica por todo el bien que él les proveía.
Pero un día, el hombre bestia no volvió más. Se le vió caminando dándole la espalda a la luna. Caminaba a trancos, a veces corría. Y al huir, decía, gritaba que toda la sabiduría del mundo y las muchas tribus era la misma y estaba resumida en las estrellas, las nubes, los montes y los ríos, las costas y los mares. Y como sólo le faltaba conocer el mar, iba a buscarlo, iba a conocerlo.
Los nietos de aquellos hijos cuentan que el mar lo abrazó dulcemente una noche y sigue caminando por los arrecifes y las costas, contemplando las mantarayas y hablando con los tiburones. Son ahora los pescadores de otras aldeas los que le rinden tributo y le agradecen el orden de las cosas...
17 jul 2009
Caravane (con traduccion)
Est-ce que j'en ai les larmes aux yeux
Que nos mains ne tiennent plus ensemble
Moi aussi je tremble un peu
Est-ce que je ne vais plus attendre
Est-ce qu'on va reprendre la route
Est-ce que nous sommes proches de la nuit
Est-ce que ce monde a le vertige
Est-ce qu'on sera un jour puni
Est-ce que je rampe comme un enfant
Est-ce que je n'ai plus de chemise
C'est le Bon Dieu qui nous fait
Et c'est le Bon Dieu qui nous brise
Est-ce que rien ne peut arriver
Puisqu'il faut qu'il y ait une justice
Je suis né dans cette caravane
Et nous partons allez viens
Allez viens
Tu lu tu tu, tu lu tu tu...
Et parce que ma peau est la seule que j'ai
Que bientôt mes os seront dans le vent
Je suis né dans cette caravane
Et nous partons allez viens
Allez viens
Tu lu tu tu, tu lu tu tu...
Caravane. Raphaël Haroche
(y háganme el favor misericordioso de no verse nada de las letras que tradujeron en este video... es un aprendiz del francés y cae en todas las "trampas" esperables por no conocer el "querer decir" de ambos idiomas. De paso, me sospecho que el español no es su lengua materna... Y no, desde esta bitácora no apoyamos el consumo irresponsable de alcohol para facilitar los preludios e intercambios amorosos. Los resultados pueden ser desastrosos. Experiencia dixit.)
Mi traducción:
¿Acaso tengo lágrimas en los ojos
por ver que nuestras manos ya no se toman una a la otra?
Yo también tiemblo un poco
¿Podré esperar un poco más?
¿Retomaremos la ruta?
¿Nos acercamos a la noche?
¿Este mundo tiene vértigo?
¿Nos castigarán algún día?
¿Me arrastro como un niño?
¿Será que no tengo ya camisa?
El buen Dios nos hace
y el buen Dios nos rompe.
¿Será que nada va a pasar?
Porque debería haber una justicia
Nací en esta caravana
y nos vamos, anda, vente.
Anda, vente.
tu lu tu tu , tu lu tu tu...
Y puesto que mi piel es la única que tengo
Y que pronto mis huesos serán polvo al viento.
Nací en esta caravana
Y nos vamos, anda, vente.
Anda, vente.
Tu lu tu tu, tu lu tu tu...
Caravane. Raphaël Haroche
Te odio...
Así, sin que nada me quede por dentro.
Quédate con tus canciones.
Agarra tu guitarra y tus melodías.
Róbate la luz del cielo y arráncame la vida desde afuera.
Vuélate con la última nevada de este invierno que me cubre el corazón.
Estállate en mil pedazos y desaparécete de mi recuerdo.
Vete, que no te sigo...
Te contemplé y sin querer te amé.
Te amé y sin querer te seguí.
Te seguí y me perdí.
Tus besos me saben a alcohol... al mismísimo brandy con el que bailábamos bajo la luna de noviembre.
Tus brazos al aire que me corta el rostro... el mismo que nos hizo flotar por todas las calles en medio de las ventiscas de aquel diciembre.
Mi castigo fue quererte...
El tuyo, perderme.
Que el buen Dios te salve, que el buen Dios me proteja.
Detesto decir que todo lo que nos amamos,
Todo lo que nos quisimos
Hoy lo puedo lanzar al viento...
...como lanzaba bolas de nieve a tu rostro aquel invierno que nos amamos.
¿Algo nos pasará? ¿Habrá algo de justicia?
Nací en esta caravana que es mi vida.
Hoy, si quieres, si me quieres,
Te pido que me sigas...
... que me hagas volver a amar tus tonterías de niño loco.
Y tus cabellos llenos de abrojos luego de revolcarnos por la grama de este verano que hoy nos sabe a hiel.
Me gustaría poder recostarme nuevamente en tu hombro y cantar juntos tantas canciones.
Me encantaría volver a besarte ebrios de locura...
... me encantaría volver a creer en tu osadía irracional.
Y a hacerte el amor borrachos de sabiduría, bajo la mirada silente de aquel farol.
Juro, por lo más sagrado, que aún quisiera poder acariciarte con la mirada como lo hacía entonces.
Pero sólo sé decirte que te odio.
Y que mi vida es efímera para perderla odiándote
Y que, si así lo quieres, me sigas.
Anda, vamos...
Que nos mains ne tiennent plus ensemble
Moi aussi je tremble un peu
Est-ce que je ne vais plus attendre
Est-ce qu'on va reprendre la route
Est-ce que nous sommes proches de la nuit
Est-ce que ce monde a le vertige
Est-ce qu'on sera un jour puni
Est-ce que je rampe comme un enfant
Est-ce que je n'ai plus de chemise
C'est le Bon Dieu qui nous fait
Et c'est le Bon Dieu qui nous brise
Est-ce que rien ne peut arriver
Puisqu'il faut qu'il y ait une justice
Je suis né dans cette caravane
Et nous partons allez viens
Allez viens
Tu lu tu tu, tu lu tu tu...
Et parce que ma peau est la seule que j'ai
Que bientôt mes os seront dans le vent
Je suis né dans cette caravane
Et nous partons allez viens
Allez viens
Tu lu tu tu, tu lu tu tu...
Caravane. Raphaël Haroche
(y háganme el favor misericordioso de no verse nada de las letras que tradujeron en este video... es un aprendiz del francés y cae en todas las "trampas" esperables por no conocer el "querer decir" de ambos idiomas. De paso, me sospecho que el español no es su lengua materna... Y no, desde esta bitácora no apoyamos el consumo irresponsable de alcohol para facilitar los preludios e intercambios amorosos. Los resultados pueden ser desastrosos. Experiencia dixit.)
Mi traducción:
¿Acaso tengo lágrimas en los ojos
por ver que nuestras manos ya no se toman una a la otra?
Yo también tiemblo un poco
¿Podré esperar un poco más?
¿Retomaremos la ruta?
¿Nos acercamos a la noche?
¿Este mundo tiene vértigo?
¿Nos castigarán algún día?
¿Me arrastro como un niño?
¿Será que no tengo ya camisa?
El buen Dios nos hace
y el buen Dios nos rompe.
¿Será que nada va a pasar?
Porque debería haber una justicia
Nací en esta caravana
y nos vamos, anda, vente.
Anda, vente.
tu lu tu tu , tu lu tu tu...
Y puesto que mi piel es la única que tengo
Y que pronto mis huesos serán polvo al viento.
Nací en esta caravana
Y nos vamos, anda, vente.
Anda, vente.
Tu lu tu tu, tu lu tu tu...
Caravane. Raphaël Haroche
Te odio...
Así, sin que nada me quede por dentro.
Quédate con tus canciones.
Agarra tu guitarra y tus melodías.
Róbate la luz del cielo y arráncame la vida desde afuera.
Vuélate con la última nevada de este invierno que me cubre el corazón.
Estállate en mil pedazos y desaparécete de mi recuerdo.
Vete, que no te sigo...
Te contemplé y sin querer te amé.
Te amé y sin querer te seguí.
Te seguí y me perdí.
Tus besos me saben a alcohol... al mismísimo brandy con el que bailábamos bajo la luna de noviembre.
Tus brazos al aire que me corta el rostro... el mismo que nos hizo flotar por todas las calles en medio de las ventiscas de aquel diciembre.
Mi castigo fue quererte...
El tuyo, perderme.
Que el buen Dios te salve, que el buen Dios me proteja.
Detesto decir que todo lo que nos amamos,
Todo lo que nos quisimos
Hoy lo puedo lanzar al viento...
...como lanzaba bolas de nieve a tu rostro aquel invierno que nos amamos.
¿Algo nos pasará? ¿Habrá algo de justicia?
Nací en esta caravana que es mi vida.
Hoy, si quieres, si me quieres,
Te pido que me sigas...
... que me hagas volver a amar tus tonterías de niño loco.
Y tus cabellos llenos de abrojos luego de revolcarnos por la grama de este verano que hoy nos sabe a hiel.
Me gustaría poder recostarme nuevamente en tu hombro y cantar juntos tantas canciones.
Me encantaría volver a besarte ebrios de locura...
... me encantaría volver a creer en tu osadía irracional.
Y a hacerte el amor borrachos de sabiduría, bajo la mirada silente de aquel farol.
Juro, por lo más sagrado, que aún quisiera poder acariciarte con la mirada como lo hacía entonces.
Pero sólo sé decirte que te odio.
Y que mi vida es efímera para perderla odiándote
Y que, si así lo quieres, me sigas.
Anda, vamos...
5 jul 2009
¿No te parece?
(A Mr. F... gracias por darme la idea...)
Me amas por los recuerdos bonitos de otras que fueron.
Que se fueron y que ahora ves en mi.
Sospecho también me amas porque te recuerdo los recuerdos que en tí quisieras tener.
Pero amor, como tu bien dices, no es.
Pero jugando, sin querer, amor podría resultar ser.
Sos perfecto.
Y soy perfecta.
Dos diamantes pulidos, perfectos.
Chispean, centellean.
¿Qué impide que su resplandor los acerque y los posea?
¿Qué impide que su atracción los repela?
Pero no es amor, está muy cerca.
Se parece a los recuerdos que de vos yo no tengo.
Y a los recuerdos que vos de mi no posees.
Me amas por los recuerdos bonitos de otras que fueron.
Que se fueron y que ahora ves en mi.
Sospecho también me amas porque te recuerdo los recuerdos que en tí quisieras tener.
Pero amor, como tu bien dices, no es.
Pero jugando, sin querer, amor podría resultar ser.
Sos perfecto.
Y soy perfecta.
Dos diamantes pulidos, perfectos.
Chispean, centellean.
¿Qué impide que su resplandor los acerque y los posea?
¿Qué impide que su atracción los repela?
Pero no es amor, está muy cerca.
Se parece a los recuerdos que de vos yo no tengo.
Y a los recuerdos que vos de mi no posees.
Etiquetas:
amor y desamor,
Clave cifrada,
mitología literaria,
noble-innoble
28 jun 2009
Susana
Nota de la Autora: Este texto es una contribución a lo que hoy se celebra: el día del Orgullo Gay.
Así que, como es de esperarse, va dedicado a mi gente comprometida con la causa:
A Chuchito y Daniel, mis primeros "hermanitos gay".
A E, C y J que nunca se creerían, si llegan a leerlas, que de mi mano saldrían estas líneas.
A M y P, porque sé que se van a asustar si lo leen. Todo está bien, no se preocupen, sigo igualita...
A Potter, porque fue por él que me enteré de este homenaje bloguero.
El alegre baile de las gotas de agua chocando contra las paredes y el piso de la ducha me hicieron entrar al baño. Una vez dentro, por razones estéticas y de distribución de la estancia, era imposible no contemplar la ducha con su puerta de vidrio que derrochaba luz, arte e impudicia gracias a un caprichoso esmerilado de trazos abstractos muy fluidos y elegantes. Detrás de esa puerta, jugando a trasluz con su jabón, la espuma, el agua y el ritual higiénico que compartimos la mayoría de los mortales, estaba ella, Susana.
En ese preciso instante en que entré al baño, se encontraba ella enjuagándose el cabello. Una cascada blanca, de espuma y perfume, se deslizaba irregularmente por su anatomía. Me quedé observando, distraidamente, el espectáculo que todo ello ofrecía a mis sentidos: separada por el meandro de su cuello y sus hombros, la cascada de espuma se dividía en dos corriente. Una invadía su espalda fibrosa y se deslizaba velozmente cuesta abajo hasta sus nalgas turgentes y breves. La otra era una madeja de espuma que se deshacía contra ese par de piedras que eran sus senos erizados, y se reunían a la altura de su ombligo menudo en aquel terso, casi sedoso, vientre de ella.
Ambas vertientes de la cascada se juntaban en sus caderas y, de allí en más, corrían juntas, jocosas, cuesta abajo por esos muslos, pantorrillas tobillos y pies que la naturaleza había sabido moldearle bien. El recorrido, como era esperable, iba a parar al albañal. Y hasta que no llegaron allí, mis ojos no habían dejado a mi mente reaccionar.
Contemplar ese espectáculo tan gravitacional, tan físico, tan simple, me había hecho sentir una petrificación corporal. Y, he de admitirlo, a fuerza de puro mirar, en ese momento, algo en mí había cambiado. Sentí un súbito estremecimiento y una oleada de calor cubrió mis orejas. Allí, por fortuna, comenzó un diálogo desde sus salpicones de agua y mi petrificación inexperimentada.
-¿Eres tú? Preguntó ella
-Sí. Vine a ver si tenías toalla.
No hubo respuesta de su parte. Terminaba de enjuagarse el cabello y, supuse yo, no me habría oido. Yo, aún como tronco de árbol, contemplaba cómo el agua fluía con furia por sus pechos preciosos, erizados, redondos, rematados por unos pezones juguetones y provocadores. Una de sus piernas mantenía su peso en equilibrio mientras la otra daba un paso hacia atrás para ayudarla a salir del vórtice de espuma de todos mis temblores.
-Disculpa, no te escuché, dijo ella.
-Eh... te decía que vine a ver si tenías toalla.
Tampoco hubo respuesta. Algo de jabón en las orejas le habría quedado y, a fuerza de enjuagarlas no oía nada.
-Ah! Sí! Ya me di cuenta de que saliste antes de allá! Jajajajaja..
Ella reía a carcajadas y yo la contemplaba, estatuescamente, con espasmos y preguntas varios. En este caso, quien no había emitido respuesta, fui yo.
-No te oí nada, estaba lavándome las orejas... ¿Qué tal tu día? Preguntó mientras se enjabonaba la espalda.
-Todo bien, cancelaron la reunión de ventas al final de la tarde y por eso estoy aquí antes. ¿Qué tal te fue a tí?
-Bien, ahí, me encontré con el imbécil de Carlos... él iba entrando y yo saliendo del cafetín y se le salió del culo saludarme.
Carlos. Su ex. Hacía cosa de un año y centavos que habían terminado y, aunque fue él quien decidió dejarlo todo, fue él también quien había empezado una persecución implacable para recuperarla tan pronto supo que ella tenía alguna mirada para un cliente. Ella, sabiamente, se rehusaba a volver con Carlos argumentando que si él había decidido irse era por alguna buena razón. Y que si no la había tenido entonces, era una buena razón para que ella se alejara de él y su vena lunática.
-¿Y qué te dijo? Pregunté
-Nada, sólo me saludó, pero me descompuso el rato. Llegué a casa pensando en darme un baño caliente y largo.
- Así largas todo el mal rato con la espumita, por el albañal; agregué.
- ¡Aja! Eso mismo. Además que así me mimo.
Ma, me, mi, mo, mu. Mi mamá me mima. ¡Quien fuera ese jabón, ese chorro de agua, para mimar esa suave piel oliva que recorría la fibrosa anatomía de la niña Susana!
De inmediato di un respingón hacia atrás: ¿cómo había podido pensado eso? ¡Era casi inconcebible! Luego, lo consideré más sobriamente. Aunque nos unían años de amistad, veladas de llanto y risas a granel, nunca antes la había mirado con un rastro de otra cosa que no fuera fraternidad. Era la hermana que yo nunca tuve, sólo eso. Así que esta recién descubierta lujuria que me hacía pensar así, me incomodaba.
Mientras, ella seguía con su jabón en la mano, empapando mi interior. Los tirones en mi vientre, los calambres en mis piernas, la tensión en mi pecho, hicieron que una de mis manos se diera a la tarea de calmar tanta imaginación casi pecaminosa. Me recosté contra la pared frente al lavamanos. Ella continuó con su diálogo interrumpido.
-Porque hay que mimarse, ¿sabes? Si una no lo empieza, ¿quién lo continúa?
-¡ Yo! Dije casi en un gemido
-¿Ah? ¿Tú? ¿De qué hablas?
-¿Qué fue lo que dijiste? Crei que estabas preguntando algo; le dije a las prisas, tratando de enmendar mi locura gutural.
-No, que si una no se mima, ¿quién lo hará?
-Ah! Sí, es verdad, totalmente de acuerdo contigo. No, yo te entendí otra cosa.
-¿Qué cosa entendiste? ¿Me puedes pasar una toalla? Menos mal que estás aquí...
-Y, no sé, una loquera seguro.
Me lavé las manos, me las sequé y cogí una toalla para dársela por encima de la puerta de la ducha. Ella, distraida, no había visto el gesto y abrió la ducha antes de darse de narices con la toalla. En lo que la hoja de la puerta de la ducha se comenzó a deslizar apra abrirse, yo había vuelto mi rostro hacia atrás. Ella rió de buen grado
-¡Tonta! ¡Si todas las mujeres tenemos lo mismo!
-Sí, pero a mí me da vergüenza verte. Respondí.
-¡Bobita! ¡Cualquiera cree que eres una niñita penosa! Jajajajajaja... Si hasta el mismo Ramón me dijo el otro día que a él le parecía que había una fierecilla que vivía en tí, que no podías seguir moviendo la cola así por la vida y creer que no te iban a decir cosas en la calle.
-¿En serio te dijo eso? ¡Qué pasado que es! Hombres... no se les puede pedir más... ¡Y sí, soy penosa a veces!
Ella había comenzado a secarse allí, a mis espaldas, mientras conversaba conmigo. Al final, dejó la toalla en el colgador y, saliendo del baño, me dijo
-Tienes razón, todas somos penosas a veces.
Y me dejó envuelta con su desnudez.
Así que, como es de esperarse, va dedicado a mi gente comprometida con la causa:
A Chuchito y Daniel, mis primeros "hermanitos gay".
A E, C y J que nunca se creerían, si llegan a leerlas, que de mi mano saldrían estas líneas.
A M y P, porque sé que se van a asustar si lo leen. Todo está bien, no se preocupen, sigo igualita...
A Potter, porque fue por él que me enteré de este homenaje bloguero.
El alegre baile de las gotas de agua chocando contra las paredes y el piso de la ducha me hicieron entrar al baño. Una vez dentro, por razones estéticas y de distribución de la estancia, era imposible no contemplar la ducha con su puerta de vidrio que derrochaba luz, arte e impudicia gracias a un caprichoso esmerilado de trazos abstractos muy fluidos y elegantes. Detrás de esa puerta, jugando a trasluz con su jabón, la espuma, el agua y el ritual higiénico que compartimos la mayoría de los mortales, estaba ella, Susana.
En ese preciso instante en que entré al baño, se encontraba ella enjuagándose el cabello. Una cascada blanca, de espuma y perfume, se deslizaba irregularmente por su anatomía. Me quedé observando, distraidamente, el espectáculo que todo ello ofrecía a mis sentidos: separada por el meandro de su cuello y sus hombros, la cascada de espuma se dividía en dos corriente. Una invadía su espalda fibrosa y se deslizaba velozmente cuesta abajo hasta sus nalgas turgentes y breves. La otra era una madeja de espuma que se deshacía contra ese par de piedras que eran sus senos erizados, y se reunían a la altura de su ombligo menudo en aquel terso, casi sedoso, vientre de ella.
Ambas vertientes de la cascada se juntaban en sus caderas y, de allí en más, corrían juntas, jocosas, cuesta abajo por esos muslos, pantorrillas tobillos y pies que la naturaleza había sabido moldearle bien. El recorrido, como era esperable, iba a parar al albañal. Y hasta que no llegaron allí, mis ojos no habían dejado a mi mente reaccionar.
Contemplar ese espectáculo tan gravitacional, tan físico, tan simple, me había hecho sentir una petrificación corporal. Y, he de admitirlo, a fuerza de puro mirar, en ese momento, algo en mí había cambiado. Sentí un súbito estremecimiento y una oleada de calor cubrió mis orejas. Allí, por fortuna, comenzó un diálogo desde sus salpicones de agua y mi petrificación inexperimentada.
-¿Eres tú? Preguntó ella
-Sí. Vine a ver si tenías toalla.
No hubo respuesta de su parte. Terminaba de enjuagarse el cabello y, supuse yo, no me habría oido. Yo, aún como tronco de árbol, contemplaba cómo el agua fluía con furia por sus pechos preciosos, erizados, redondos, rematados por unos pezones juguetones y provocadores. Una de sus piernas mantenía su peso en equilibrio mientras la otra daba un paso hacia atrás para ayudarla a salir del vórtice de espuma de todos mis temblores.
-Disculpa, no te escuché, dijo ella.
-Eh... te decía que vine a ver si tenías toalla.
Tampoco hubo respuesta. Algo de jabón en las orejas le habría quedado y, a fuerza de enjuagarlas no oía nada.
-Ah! Sí! Ya me di cuenta de que saliste antes de allá! Jajajajaja..
Ella reía a carcajadas y yo la contemplaba, estatuescamente, con espasmos y preguntas varios. En este caso, quien no había emitido respuesta, fui yo.
-No te oí nada, estaba lavándome las orejas... ¿Qué tal tu día? Preguntó mientras se enjabonaba la espalda.
-Todo bien, cancelaron la reunión de ventas al final de la tarde y por eso estoy aquí antes. ¿Qué tal te fue a tí?
-Bien, ahí, me encontré con el imbécil de Carlos... él iba entrando y yo saliendo del cafetín y se le salió del culo saludarme.
Carlos. Su ex. Hacía cosa de un año y centavos que habían terminado y, aunque fue él quien decidió dejarlo todo, fue él también quien había empezado una persecución implacable para recuperarla tan pronto supo que ella tenía alguna mirada para un cliente. Ella, sabiamente, se rehusaba a volver con Carlos argumentando que si él había decidido irse era por alguna buena razón. Y que si no la había tenido entonces, era una buena razón para que ella se alejara de él y su vena lunática.
-¿Y qué te dijo? Pregunté
-Nada, sólo me saludó, pero me descompuso el rato. Llegué a casa pensando en darme un baño caliente y largo.
- Así largas todo el mal rato con la espumita, por el albañal; agregué.
- ¡Aja! Eso mismo. Además que así me mimo.
Ma, me, mi, mo, mu. Mi mamá me mima. ¡Quien fuera ese jabón, ese chorro de agua, para mimar esa suave piel oliva que recorría la fibrosa anatomía de la niña Susana!
De inmediato di un respingón hacia atrás: ¿cómo había podido pensado eso? ¡Era casi inconcebible! Luego, lo consideré más sobriamente. Aunque nos unían años de amistad, veladas de llanto y risas a granel, nunca antes la había mirado con un rastro de otra cosa que no fuera fraternidad. Era la hermana que yo nunca tuve, sólo eso. Así que esta recién descubierta lujuria que me hacía pensar así, me incomodaba.
Mientras, ella seguía con su jabón en la mano, empapando mi interior. Los tirones en mi vientre, los calambres en mis piernas, la tensión en mi pecho, hicieron que una de mis manos se diera a la tarea de calmar tanta imaginación casi pecaminosa. Me recosté contra la pared frente al lavamanos. Ella continuó con su diálogo interrumpido.
-Porque hay que mimarse, ¿sabes? Si una no lo empieza, ¿quién lo continúa?
-¡ Yo! Dije casi en un gemido
-¿Ah? ¿Tú? ¿De qué hablas?
-¿Qué fue lo que dijiste? Crei que estabas preguntando algo; le dije a las prisas, tratando de enmendar mi locura gutural.
-No, que si una no se mima, ¿quién lo hará?
-Ah! Sí, es verdad, totalmente de acuerdo contigo. No, yo te entendí otra cosa.
-¿Qué cosa entendiste? ¿Me puedes pasar una toalla? Menos mal que estás aquí...
-Y, no sé, una loquera seguro.
Me lavé las manos, me las sequé y cogí una toalla para dársela por encima de la puerta de la ducha. Ella, distraida, no había visto el gesto y abrió la ducha antes de darse de narices con la toalla. En lo que la hoja de la puerta de la ducha se comenzó a deslizar apra abrirse, yo había vuelto mi rostro hacia atrás. Ella rió de buen grado
-¡Tonta! ¡Si todas las mujeres tenemos lo mismo!
-Sí, pero a mí me da vergüenza verte. Respondí.
-¡Bobita! ¡Cualquiera cree que eres una niñita penosa! Jajajajajaja... Si hasta el mismo Ramón me dijo el otro día que a él le parecía que había una fierecilla que vivía en tí, que no podías seguir moviendo la cola así por la vida y creer que no te iban a decir cosas en la calle.
-¿En serio te dijo eso? ¡Qué pasado que es! Hombres... no se les puede pedir más... ¡Y sí, soy penosa a veces!
Ella había comenzado a secarse allí, a mis espaldas, mientras conversaba conmigo. Al final, dejó la toalla en el colgador y, saliendo del baño, me dijo
-Tienes razón, todas somos penosas a veces.
Y me dejó envuelta con su desnudez.
19 feb 2009
El hombre sabueso
Frente a los perros, se comportaba de maneras extrañas. Nadie podría decir que era normal ni que era exactamente loco. Al ver la reacción del animal, siempre se llegaba a la conclusión de que los perros empatizaban de inmediato con él. El solía explicar su conocimiento sobre los perros y sus muchos comportamientos porque él mismo había sido perro.
Ante la chanza pública que de inmediato surgía al revelar sus improbables orígenes caninos, aquel hombre delgado, como hecho de fibras anudadas en los calderos de los dioses, decía que él mismo no lo había creído hasta que una prueba científica le había revelado un resquicio de su vida anterior.
En ese momento de la narración, siempre solían cesar las chanzas y empezaban las exclamaciones de desconfianza. "Nah! mentiroso... lo haces para ver si caigo". "No... esas mentiras no me las creo...". "Sí, claro, cómo no. Y seguro yo soy pariente de Cenicienta, no?" Imperturbable, conocedor de su historia, el hombre permanecía tranquilo, impávido. Sus ojos de indio, fijos en su interlocutor, se hacían más oscuros y más pequeños. Su boca se tornaba sonriente. Su porte, gallardo, seguía impávido. Y el silencio iba rodeando esa calma sonriente hasta hacerla demudar en un silencio atronador, un suspenso insostenible. Y entonces le preguntaban si era verdad lo que acababa de decirles.
"Nadie tiene toda la verdad consigo", era lo que solía decir entonces.
Ante la sorpresa general, solía aclarar que en un examen de rutina, durante una revisión médica para optar a un trabajo, el médico que le examinaba había quedado "muy sorprendido" al descubrir un hueso de forma inusual. La clavícula derecha de aquel hombre no era humana: tenía forma y contextura canina.
En ese momento, solían volver a surgir las chanzas de incredulidad. El, simplemente preguntaba si alguien se ofrecía como conejillo de indias para palpar el hueso. Todo el mundo guardaba silencio. El repetía la pregunta. Alguien se ofrecía, en el límite de la incredulidad, a tocar, casi con asco, el hueso en cuestión.
Al ver la mano trémula acercarse al hueso, solía pedirle que primero palpara su propio hueso, la clavícula. Luego de palparla bien, de creer estar seguro de conocerla, le permitía tocar la suya. Y entonces se hacía un silencio sepulcral y el voluntario acercaba su mano, firme y resuelta, a la clavícula del indio.
Y al comenzar a palparla, de abajo hacia arriba, casi creyendo reconocer la diferencia, el indio le tiraba un mordisco a la mano incauta que recorría y oprimía la clavícula derecha de su fibrosa humanidad, a lo que el asustado voluntario reaccionaba con un gesto de susto y algunos gritos mientras el indio se reía a carcajadas.
Otra vez se había vuelto a imponer su sabia malicia para hacer una chanza al incauto populacho.
Ante la chanza pública que de inmediato surgía al revelar sus improbables orígenes caninos, aquel hombre delgado, como hecho de fibras anudadas en los calderos de los dioses, decía que él mismo no lo había creído hasta que una prueba científica le había revelado un resquicio de su vida anterior.
En ese momento de la narración, siempre solían cesar las chanzas y empezaban las exclamaciones de desconfianza. "Nah! mentiroso... lo haces para ver si caigo". "No... esas mentiras no me las creo...". "Sí, claro, cómo no. Y seguro yo soy pariente de Cenicienta, no?" Imperturbable, conocedor de su historia, el hombre permanecía tranquilo, impávido. Sus ojos de indio, fijos en su interlocutor, se hacían más oscuros y más pequeños. Su boca se tornaba sonriente. Su porte, gallardo, seguía impávido. Y el silencio iba rodeando esa calma sonriente hasta hacerla demudar en un silencio atronador, un suspenso insostenible. Y entonces le preguntaban si era verdad lo que acababa de decirles.
"Nadie tiene toda la verdad consigo", era lo que solía decir entonces.
Ante la sorpresa general, solía aclarar que en un examen de rutina, durante una revisión médica para optar a un trabajo, el médico que le examinaba había quedado "muy sorprendido" al descubrir un hueso de forma inusual. La clavícula derecha de aquel hombre no era humana: tenía forma y contextura canina.
En ese momento, solían volver a surgir las chanzas de incredulidad. El, simplemente preguntaba si alguien se ofrecía como conejillo de indias para palpar el hueso. Todo el mundo guardaba silencio. El repetía la pregunta. Alguien se ofrecía, en el límite de la incredulidad, a tocar, casi con asco, el hueso en cuestión.
Al ver la mano trémula acercarse al hueso, solía pedirle que primero palpara su propio hueso, la clavícula. Luego de palparla bien, de creer estar seguro de conocerla, le permitía tocar la suya. Y entonces se hacía un silencio sepulcral y el voluntario acercaba su mano, firme y resuelta, a la clavícula del indio.
Y al comenzar a palparla, de abajo hacia arriba, casi creyendo reconocer la diferencia, el indio le tiraba un mordisco a la mano incauta que recorría y oprimía la clavícula derecha de su fibrosa humanidad, a lo que el asustado voluntario reaccionaba con un gesto de susto y algunos gritos mientras el indio se reía a carcajadas.
Otra vez se había vuelto a imponer su sabia malicia para hacer una chanza al incauto populacho.
Etiquetas:
cotidianidades revisadas,
humanidad,
mitología literaria
6 feb 2009
Tres señoritas (con traducción)
Sur la mer il y a un pré
Et le grand vent y vente
Sur la mer il y a un pré
Et le grand vent y vente
Trois demoiselles sont parties
Elles ont mangé mon coeur
Et n'ont laissé que leurs habits
Mais ils ont perdu leurs couleurs
Dans le grand vent qui vente.
Traducción:
En el mar hay un prado
Y allí el viento sopla.
En el mar hay un prado
Y allí el viento sopla.
Tres señoritas se fueron
se comieron mi corazón
y no dejaron sino sus ropas.
Pero perdieron sus colores
En el gran viento que sopla.
Laïs y Gabriel Yacoub. Le gran vent
Tres señoritas de 3 colores.
Una la juventud, otra la adultez y la última la vejez.
Una lozana, la otra fecunda y la otra moribunda.
Una hila, la otra guía y la tercera corta el hilo.
Una Cloto, otra Láquesis y la última Átropos.
Las tres perdieron sus colores en la modernidad que sopla en este prado de ligerezas, en este mar de dudas.
7 dic 2008
La mujer de las estaciones
Dicen que era una criatura maravillosa, de cabellos desordenados y voz melodiosa.
Cuentan que hablaba con las estrellas y bailaba con el sol, que sus cabellos eran azules como el cielo en verano y sus pies muy negros, como la tierra fértil por donde caminaba.
Cuenta, los sabios del pueblo, que su risa era como oir el canto del canario en mi jardin y que sus manos eran pequeñas, menudas, muy delicadas.
Dicen, todos, que era linda, que era pequeñita y que era muy andariega.
Un día, según cuentan, salió de su casa y se fue al monte a buscar flores.
Allí corrió con los pájaros y voló con los conejos.
Y corriendo y volando se perdió en los montes.
La cuidaban los búhos y la vigilaban los topos.
Se le acercaban los ratones y le traían comida.
Las culebras le huían porque era tan hermosa, tan frágil y tan niña, que sus abriles intimidaban.
Dormía en el día, viajaba de noche, cuidada por la luna. Los lobos la guiaban y los grillos le cantaban.
Vagaba por los montes buscando su casa.
Muchas lunas llenas después, la encontró un granjero que la invitó a pasar a su casa.
Su sopa le calentó la barriga, el vino le dió color a sus mejillas y la mujer del granjero la acomodó en un rincón de la casa, al lado del fuego.
Sus amigos, los eternos lobos, los inseparables búhos, los alegres grillos, los tímidos conejos, los silentes topos, los inquietos ratones y los juguetones pájaros la esperaron afuera un día, dos días, tres días.
Cuentan que aunque se sentía muy cómoda en ese rincón de la casa, sus pies le picaban y le dolían por no seguir caminando.
Se dió cuenta que ya no pertenecía a una casa, sino a los montes.
Se dió cuenta de que, aunque la encontrara, nunca podría estar bien en la que fue su casa.
Así las cosas, una noche, como vino, se fue.
Sus amigos los búhos y los lobos, los grillos y los conejos, los topos, los pájaros y los ratones salieron a abrazarla y poco a poco la fueron llevando por montes y valles, por prados y ríos, por riachuelos y estancos.
De Salta a la Tierra del Fuego.
De Concepción a Santiago.
Caminó y caminó.
Y por estos montes deambuló.
Cuentan los sabios que si en las noches de luna nueva logras ver a una mujer casi niña, de manos menudas y melena desordenada, de piel blanca y pies negros, de cabellos que bailan con visos azules y pájaros a su alrededor, no la debes molestar.
Es la mujer de las estaciones.
Es la que lleva los vientos de un lado al otro.
La que organiza las cosechas.
La que recoge las risas de los niños en los maizales durante el verano y las convierte en abono para pasar con buena comida los fríos del invierno.
La que lleva el calor del sol a las vides en las noches y hace salir el buen caldo de esta región.
Y, si me preguntas un poquito, te diré que es la mujer más hermosa y risueña que he visto en mi vida.
Y que no me atreví a molestarla porque, como las serpientes, sus escasos abriles y su lozanía hermosa, me intimidan.
Tal vez, si me preguntas, te hablaré de ella, la que nunca conocí.
Cuentan que hablaba con las estrellas y bailaba con el sol, que sus cabellos eran azules como el cielo en verano y sus pies muy negros, como la tierra fértil por donde caminaba.
Cuenta, los sabios del pueblo, que su risa era como oir el canto del canario en mi jardin y que sus manos eran pequeñas, menudas, muy delicadas.
Dicen, todos, que era linda, que era pequeñita y que era muy andariega.
Un día, según cuentan, salió de su casa y se fue al monte a buscar flores.
Allí corrió con los pájaros y voló con los conejos.
Y corriendo y volando se perdió en los montes.
La cuidaban los búhos y la vigilaban los topos.
Se le acercaban los ratones y le traían comida.
Las culebras le huían porque era tan hermosa, tan frágil y tan niña, que sus abriles intimidaban.
Dormía en el día, viajaba de noche, cuidada por la luna. Los lobos la guiaban y los grillos le cantaban.
Vagaba por los montes buscando su casa.
Muchas lunas llenas después, la encontró un granjero que la invitó a pasar a su casa.
Su sopa le calentó la barriga, el vino le dió color a sus mejillas y la mujer del granjero la acomodó en un rincón de la casa, al lado del fuego.
Sus amigos, los eternos lobos, los inseparables búhos, los alegres grillos, los tímidos conejos, los silentes topos, los inquietos ratones y los juguetones pájaros la esperaron afuera un día, dos días, tres días.
Cuentan que aunque se sentía muy cómoda en ese rincón de la casa, sus pies le picaban y le dolían por no seguir caminando.
Se dió cuenta que ya no pertenecía a una casa, sino a los montes.
Se dió cuenta de que, aunque la encontrara, nunca podría estar bien en la que fue su casa.
Así las cosas, una noche, como vino, se fue.
Sus amigos los búhos y los lobos, los grillos y los conejos, los topos, los pájaros y los ratones salieron a abrazarla y poco a poco la fueron llevando por montes y valles, por prados y ríos, por riachuelos y estancos.
De Salta a la Tierra del Fuego.
De Concepción a Santiago.
Caminó y caminó.
Y por estos montes deambuló.
Cuentan los sabios que si en las noches de luna nueva logras ver a una mujer casi niña, de manos menudas y melena desordenada, de piel blanca y pies negros, de cabellos que bailan con visos azules y pájaros a su alrededor, no la debes molestar.
Es la mujer de las estaciones.
Es la que lleva los vientos de un lado al otro.
La que organiza las cosechas.
La que recoge las risas de los niños en los maizales durante el verano y las convierte en abono para pasar con buena comida los fríos del invierno.
La que lleva el calor del sol a las vides en las noches y hace salir el buen caldo de esta región.
Y, si me preguntas un poquito, te diré que es la mujer más hermosa y risueña que he visto en mi vida.
Y que no me atreví a molestarla porque, como las serpientes, sus escasos abriles y su lozanía hermosa, me intimidan.
Tal vez, si me preguntas, te hablaré de ella, la que nunca conocí.
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