Se la veía imperturbable, leyendo un libro con una atención aplastante. El se volvió para mirarla mientras ella seguía con su lectura.
Detalló sus manos finas de dedos adelgazados. Observó su melena cayendo en madejas lacias sobre los hombros de su camisa polo hacia un río de piel blanca y pecosa que se asomaba por el borde de las mangas. Una nariz invisible tras el tomo que devoraba, sostenía unos anteojos de pasta color ciruela que enmarcaban unos ojos café profundos y casi de ensueño... si no fuera porque sus pestañas, enormemente largas, les quitaban importancia.
Ella, de repente, alzó la vista. El bajó la suya hacia un libro que tenía en las manos y que había interrumpido: "...Algo había ido mal, horriblemente mal. Yo había hecho todo cuanto el señor Cobb..."(*) y se alejó de la lectura nuevamente, todo porque ella seguía mirándolo fijamente.
Se encontraron desde las ventanas que el café de sus ojos tenía. Y se dió cuenta de que era un aficionado a remojar sus pensamientos y descubrir nuevas teorías sentado a la mesa de los silencios que en ella encontraba. Aún peor, se convirtió en aficionado a las rosquillas que se formaban en los dedos de ella al sujetar el libro contra la mesa...
Cada tarde, a las 4, él iba a tomar café en la mesa número 5 de la biblioteca. Allí donde sabía que encontraría abierto el café de los ojos con largas pestañas de la chica pecosa que sólo lo miraba y ni una sonrisa le regalaba. Allí donde sus ideas se hacían agua y sus sueños una masa esponjosa, inflada, lista para convertirse en gustosas medialunas o croissants para remojar en el chocolate caliente en que se convertía su corazón.
(*) La compañía de la seda. David Liss. Editorial Grijalbo.
2 comentarios:
Que pena que los amores platónicos nunca operen el milagro de dejar de ser eso, platónicos... es la causa de mis desdichas...
He leído tu blog, prácticamente entero en estos dos días, y enhorabuena... conseguiste, al menos, mantener siempre mi atención hasta llegar al siguiente post... así que seguiré visitándote alguna vez.
Ah! Los amores platónicos son preciosos precisamente por eso, porque nunca dejan de ser platónicos a menos que uno reúna el valor para hacerlos pasar a otras cosas...
...además, qué horrible sería el mundo si uno nunca hubiera tenido la ocasión de caer rendido en las obsesiones de tener un amor tanto lujurioso como platónico!!
Me alegra saber que te mantuve entretenido por un ratito en estos dos días. Siga viniendo por estos predios y deje comentario, haga críticas, pida temas. Haga como si estuviera en casa...
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