La sensación de su cuerpo la despertó. La cobija que la cubría la acariciaba en su desnudez por segunda vez y le anunciaba así que su conciencia estaba despertando al mundo físico nuevamente. Adiós Morfeo.
Se dió vuelta. Siempre ejercía algún tipo de resistencia a la innegable obligatoriedad de salir de la cama. Volvió a girar al punto inicial de su debate matutino: ¿por qué negarse a salir de la cama si sabía bien que era impostergable y ncesario? Es que a ella, de paso, no le gustaba estarse tendida en cama todo el día... era irónico, después de todo, pelearse unos mezquinos segundos con el día para estarse en cama a sabiendas de que luego lo aborrecería. Acabó por arrancarse la cobija.
A su lado yacía su compañero. Su cobija lo envolvía por completo hasta parecer una crepe o un tamal de hombre. Ella simplemente confirmó que la cobija no le hubiera golpeado la cara ni nada en su sueño se hubiera perturbado. Hecho eso, salió a buscar a su caniche, de color espuma, para darle los buenos días.
Camino al baño, jugando con su perro, pensaba en lo productivo que había resultado el mes para ella. A eso se sumaban pensamientos relacionados con la pedicure que ya se insinuaba como necesaria, las cejas que había que repasar y las manos que, al final de esa semana habría que rehacer en el manicurista. El agua, entre tibia y caliente, le cortó todos los pensamientos y la dejó pensando, simplemente, en lo fría que había sentido esa mañana en su cuerpo al salir de la cama. Luego sólo pensó en su gel de ducha y su ritual de baño.
Eran cerca de las 9 de la mañana y tras el sacudón de agua, jabón y perfume, su cuerpo le pedía un sorbo de café. Era la ocasión perfecta para despertar al otro que yacía aún en su lecho, ausente de todo pensamiento corpóreo o físico y entregado de lleno a las risas y cantos de las ninfas y Baco.
Seguramente, como siempre pasaba, él agradecería un café para vaciarse de los efectos alcohólicos de la noche anterior. Emprendería así el día, camino a su casa, su vida y su mujer. Luego alegaría, otra vez, que la reunión se habría postergado hasta muy tarde y, como él no tenía ya ganas ni sensatez para manejar, habría dormido en la oficina y nunca, como siempre pasaba, en la cama de su puta preferida.
3 comentarios:
una narrativa esquisita con un desenlace inpensable los detalles me recuerdan a flaubert y a su madame bovary el narrador omniciente un poco cargado de piedad hacia ambos personajes del relato con un tinte sarcastico y en tono de reprimenda hacia el final con el personaje masculino
crudo escrito y realista
te felicito
Me encantó, te estaré leyendo, un beso
como estas?
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