El señorito bigotudo que vive conmigo se ha desperezado y no encuentra mejor cosa qué hacer que venir a despertarme. Para ello, se me acerca lentamente, empieza a querer deslizarse debajo de mis mantas, recula, vuelve a avanzar, hace amago y se detiene, todo para volver a intentar. Primero una mano, luego la otra, finalmente de la cintura hacia arriba. Apoya su cabeza contra mi pecho y se queda allí un rato.
Luego decide meter el resto de su cuerpo, de la cintura para abajo, en mis mantas. Lo hace de un solo movimiento y yo, que estaba en la duermevela, acabo por medio despertarme.
El anda buscando calorcito porque debajo de las mantas, parezco un calefactor con el termostato descompuesto: hiervo. Así, se acurruca y se acomoda junto a mí. Instintivamente me provoca acariciarlo: me fascina sentirlo en la punta de mis dedos.
Al rato, con la salida del sol, se despereza y sale de mis mantas a enfrentar el nuevo día. Lo primero que hará, ya lo sé, es sentarse a contemplar el desperezamiento del sol y ver los pajaritos volando en el cielo. De un solo salto subirá a la mesita al lado de la ventana del cuarto y se sentará allí, haciendo a un lado la persiana con su cara, para contemplar al astro rey que todavía se revuelca entre sus sábanas.
Aún no sé qué hay de fascinante en contemplar al sol amodorrado desde sus alertas ojos gatunos, pero a mí él me ha hecho adquirir un lindísimo hábito que me llena de vida y de calma. Así, cada fin de semana saludo al sol con mi gato y veo, desde unos somnolientos ojos, los pájaros volar en esta ciudad de concreto y hormigón, de indolencia y abandono, de extremos y contrastes.
2 comentarios:
Soy alérgica a los gatos, pero con todo lo que has escrito aquí hasta yo estoy a punto de ir hasta los confines del mundo a buscar uno sólo para acurrucarme un ratico.
Besos, y gracias por pasar por mi blog!
Jajaja... yo sufro de rinitis alérgica y no te puedo comentar lo que eran los gatos par amí. Por alguna razón quise tener uno y por esos días, un colega vino a decirme que estaba regalando unos. Fui a verlos, quedaban dos, me enamoré del más alegre y juguetón y me atrapó el corazón el más tímido. Ese fue el que se vino a casa conmigo.
¿La rinitis? Desapareció. El gatito? Creció. Ya soy abuela de gatines. ¿El saludo al sol? Y otras cosas más me ha enseñado él.
Ah! Y no hace falta irse a los confines del mundo a buscar uno: en la calle, como el mío, hay muchos que buscan un hogar...
Besos a tí! Gracias por ser consecuente con los demás aunque no lo seas con tu blog...
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