Anoche pensaba en los gemidos. Tantos. Tan pocos. Tan sentidos. Tan discretos. No son fuertes, son más bien estertóreos por vergüenza, por pudor. Me encantan los gemidos de los hombres. Me encanta contemplarlos, sentirlos. Me encanta recogerlos en mis brazos y sentir cómo algo del alma se les queda atorado en los temblores mientras algunos de sus miedos y pudores se escapan por la boca.
Anoche pensaba en los gemidos... en cómo él se escapa mientras lo sostengo con ternura y cómo regresa a mí lleno de lujuria, cansancio y satisfacción. A veces me imagino qué pasaría si de verdad dejara escapar ese gemido que se atraganta en la garganta y, es curioso, a veces lo acaricio sólo para oírlo suspirar, oírle cómo le falla la respiración.
Porque, para mí, la respiración es como un gemido en pequeño.
1 comentario:
El que no adore sentir un gemido está totalmente loco...
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