8 may 2011

La desaparecida

Pienso en los registros vocales de la cantante que se despedaza en el bar que está en la planta baja del inmueble en el que habito. La infeliz mujer se hace llamar "Berta la excelsa". Supongo que tendrá algún complejo de baja autoestima y, para auto-creerse aquello de que puede "entretener a las masas" se buscó algún juego de palabras con Berta, la Bertolli y algo más. Aquí, la única excelsa es la Bertolli, no nos mintamos.

Vivo en un pequeño despojo del paraiso de los execrados: una urbanización pequeña medianamente ruidosa y grandemente antigua donde prevalecen los conceptos de lo que "debe ser" y "no debe ser" en materia de urbanidad, acuerdo tácito entre moradores, cacas de perros y heladeros marchantes. En este paraíso arquitectónico y vecinal, encontramos un restaurante que otrora fuera una gloria y ahora no es más que una glorieta, un moderno y muy eficiente servicio de correos del tipo "courrier" y el barcito donde Berta es la estrella 3 noches por semana.

Ahorita mismo todo duerme el sopor de la indiferencia. Es domingo por la tarde, nadie va a ir hoy al bar porque mañana comienzan a trabajar y bebieron en demasía ayer en la noche. Probablemente, si tienen algo de dignidad para con los demás en sus respectivas canteras y fábricas, ni irán mañana, so pena de avergonzarse por el hedor de sus bocas, reflejo de sus alcoholizadas almas, apaleadas de toda esperanza y reconfortadas en el ridículo oropel y la aparente riqueza del bar de abajo de mi inmueble y Berta la excelsa y su pianista fiel.

Fumo. Se me hace más acogedora la tarde con las volutas del humo ligero que no inhalo sino que directamente expulso. Mi gato duerme plácido y decido acariciarle la panza. Si él se ha dejado caer de lado, es por puro amor, porque no le desagrada que lo acaricie. Harta de todo el humo, apago el cigarrillo y prendo un incienso. Es más agradable el perfume y más caprichosas aún las volutas de humo. Sí, el vicio mío no es el cigarrillo, sino mi gato.

Y llega la noche y amanece el día, y así doy por desaparecida la única tarde del fin de semana donde el brillo, el decadente y ridículo lujo del bar, la rota y descascarada voz de Berta y el inconstante pero fiel pianista del bar, se ausentan para dar paso a mi abierta, permisiva y gatuna autoindulgencia que, a su vez, desaparecerá de lunes a sábado en el trajín de la rutina laboral.

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