Tocar

La mujeres son como un cello: Quien sabe sostenerlo, armonizar el arco con las cuerdas y coordinar las escalas, puede arrancarle las melodías más profundas, sentidas y sensuales que se pueda imaginar.


Querido...

Lamento la impertinencia de esta misiva y el efecto que pueda dejar en su persona, pero créame, con honestidad le digo, no me encuentro ya en capacidad de ponerle más demora. Y es que sentada en este rincón de mis recuerdos hay uno de ellos que, sin cesar ni yo quererlo, ha decidido acabar con mi cordura: su piel.

Cuánto lamento la ausencia de contacto entre mis dedos y sus finos destellos plateados del brazo. Cómo me arrepiento de que mis labios no hubieran sido suficientemente osados como para lograr robarle el aliento en la punta de un beso mientras mis manos hubieran aprovechado la excusa para acariciar los contornos de su espalda.

Duele, casi, el no saber qué se siente cuando mis dedos, obedientes a la voluntad que usted no confiesa y mi mente se apresura a adivinar, comienzan a desabotonar su camisa desde abajo hacia arriba para dejar libre senda a la impudicia más exquisita.

Vagamente concibo la idea de dejarme envolver por su aliento mientras mis brazos rodean su pecho, acercan mi corazón al suyo y me llevan a querer fundirme en el próximo suspiro que le arranquen los sutiles pero acertados roces de mis piernas en sus muslos.

Cómo quisiera ser la costura de su camisa, para poder contener el ligero descuido con el que su humanidad queda cubierta al salir de su morada. Cómo me gustaría ser el suave murmullo de la toalla que, delicadamente, frota su piel al secarse...

... y sin embargo, habré de conformarme con ser solamente aquella que codicia impúdicamente, merced de estas líneas, la hermosa extensión de su delicada y deliciosa piel.