23 oct 2009

Puse a hervir los brócoli en el agua ya burbujeante y de repente lo ví...
... era mi miedo, espectral, espectante, observándome fíjamente.

Sacando valor de donde no tenía, pues el boquete que ocupaba el miedo era tan grande que allí fue que me dí cuenta de cuán poco valor me había dejado disponible, agarré el limpión que tenía a mano y, sujetándolo firmemente, como si ello me diera más valentía, le espeté un "y a tí qué se te ofrece ahora?"

El tipo me vió con sus ojos inyectados de duda, su rictus de indecisión enorme y sus cejas de pavor permanente y no balbuceó ni gruñó nada.

Me volví a ver a mis brócolis hervir, controlándolos para que no se sobrecocinaran, sequé el pequeño Kandinsky acuático que hicieron al caer en la olla y volví la mirada a donde habia dejado al miedo... y se había desaparecido.

Volteé a ver a la mesa de la cocina... y no estaba. Tampoco en el comedor. Ni en mi sofá, ni en la butaca de leer. Se había instalado cómodamente en mi almohada, en mi cama. No, me expliqué bien: no se acostó en mi cama sino en mi almohada.

Me pareció de un ridículo fenomenal que una criatura de más de un metro cincuenta pretendiera dormir encima de una almohada de apenas setenta centímetros de largo. Y se lo hice saber con un seco "pretendes dormir allí? Pero si ni cabes!"

El tipo se me quedó viendo fijamente con su misma cara de terror y no me respondió nada.

Me fui furiosa de la habitación. Furiosa, sí. ¿Cómo había yo alimentado por tantos años, con tantos miedos distintos, a semejante bicho antisocial, horrible e invasivo? ¿Con qué derecho se tomaba mi cama y se poderaba de mi almohada? Bueno, si había vivido en mí... y volví a observar el boquete que había dejado en mi humanidad. La mitad de mi cabeza le pertenecía y la cuasi totalidad de mi corazón.

Tenía miedos de todo tipo y origen: a los engaños amorosos, a los inicios promisorios en las relaciones, a hacerle daño a mis seres queridos, a embarrarla no más empezar cualquier proyecto, a las páginas en blanco al momento de escribir, a atrapar una efermedad de esas exóticas que dan ahora, a quedarme accidentada en la noche con el carro, a mudarme de país, a perder mi pequeño reino llamado "mi casa", a perder mi empleo, a que me asaltaran (o, peor, aún, me violaran) en una de las muchas modalidades de robos y hurtos que vivimos en Caracas... Eran tantos de tamaños tan diversos, que me habían conducido por años a vivir una vida condicionada por ellos.

Ahora los tenía hechos un alter-ego de mí misma. Eran, todos sumados, una persona veinte centímetros más bajita que yo. Una persona. Con rostro y todo.

Y como al miedo le había dado tanto poder en mi vida, no tenía yo nada más que fuera mío que un pedacito de mi arrojo más insensato y una brizna de ecuanimidad.

Munida con esas dos cositas, agarré y me dirigí al cuarto, encnedí la luz, me planté frente al tipo que me había dejado el boquete hecho y le dije hecha una furia:

"Te me vas de inmediato de mi cama. Viviste muchos años a costillas de mí, pero te vas largando ya. A mí me tomará tiempo desprenderme de todo lo que me has hecho creer era una verdad incuestionable. Me tomará tiempo llenar este pedazo de boquete que me dejaste... pero te vas largando ya por las buenas o te corro yo por las malas. Suficiente abuso, Suficiente!"

Me fui a la cocina a escurrir los brócolis, sobrecocinados a pesar de mis precauciones. Estaba admirando la ruina en la que quedaron convertidos y lo ví salir, preguntándose qué haría, a dónde iría, con quién andaría... y antes de que terminara de salir se devolvió y me le planté enfrente con ademán decidido. Allí no tuvo más opción que recular y en lo que salió, le tiré la puerta en la cara y le eché el cerrojo.

Más tarde saldré a cerrar la reja, sé que anda merodeando por allá afuera porque se siente muy solo y no sabe qué hacer. Yo, sin él, me siento extraña, un poco más ligera que de normal... Bastante más ligera, seamos sinceros. Pero bien. No lo extraño. Tengo fuerzas para muchas cosas, ánimos para muchos proyectos que siempre había postergado y que ahora andan revoloteando alegremente en la cabeza que me queda...

... que, por lo que veo en el espejo, me está creciendo y está empezando a ocupar el pedazo que el miedo dejó vacío.

Ya decía yo que mal no me podía ir sin él!

2 comentarios:

Yo NO SOY Cindy Crawford!! dijo...

Hija de puta... qué calidad la tuya de hacerme plantar en el escenario de tus escritos... me siento una especie de sombra que merodea a la par de cada personaje... a la par del boquete, de los brocolis, de la almohada, de vos, del que se fue...
Ahí estaba yo parada te digo...

Me quedé algo estancada en lo de los miedos... me quedé pensando en nuestros miedos.
Los de la ciudad y sus más oscuras manipulaciones.
La ciudad plagada de actos desafortunados haciendonos temer día a día...

Te quedó re lindo el texto Lu.
Re lindo.

Besote.

Anónimo dijo...

en esta dura realidad que actualmente vivimos siento que ya no es posible dejar de sentir miedo... miedo a tanta inseguridad y muchas de las veces ya no es un miedo generado por mi persona y para mi persona, sino un miedo generado por la ausencia momentanea de las personas que quieres y por las cuales darias cualquier cosa para evitar les pase algo... dice el dicho hay que tenerle mas miedo a los vivos que a los muertos...
este texto Lulú plasma el arrojo y seguridad de los cuales debemos vestirnos todos los días ...

mil abrazos
=D