11 oct 2009

Erase que éramos

Meulebeke. Miércoles, Octubre 26, 2005

Y la noche lo cubrió todo. Líneas de fuego cruzaban el manto estelar de un color negro azabache que resplandecía con cintas en rojos y naranjas. Con armadura ataviado, él oyó todos los gritos de miseria y dolor que su vida le da para recordar. De un pañuelo en su mano, oprimido en su puño, emanaba un perfume que le hacía verter lágrimas. Y la noche se hizo lentamente día y la luz apareció...

Ante la nueva claridad, volteó a verse y, debajo de su espesa barba, descubrió su armadura ensangrentada. El dolor le laceraba el pecho. La flecha rota seguía allí. Claro, eso habría de ser lo que le mantenía con ese dolor punzante.

Llegaron personas que lo llevaron en brazos a un claro verde, con árboles que le daban frescor y sombra. "La Señora viene a verlo". De pura vergüenza de que su Señora lo viera rendido y humillado se negaba a verla. A ella, que la quería tanto y por quien su vida había arriesgado, se rehusaba a verla así, en ese penible estado, humillado y destrozado...

Y llegó la Señora, su Señora, la razón de su valentía y la que juró proteger hasta con su vida de ser necesario. Ella se acercó y, dulcemente, le tomó su grande y valiente mano y la sostuvo entre las suaves y menudas de ella. Sollozando, sofocado por el dolor, con una tristeza enorme, sin poder detener el llanto que le robaba el aire, le pedía que lo perdonara por tener que dejarla.

La Señora, con su dulce voz, le dijo "Tranquilo, te encontraré. Juro por Dios que te encontraré...". En ese momento, él cerró sus ojos y todo se hizo una gran luz. El dolor en su pecho creció y creció... y en su recuerdo permaneció la magia de ese amor puro y noble y el recuerdo de un pañuelo que su Señora portara en su mano, con un enorme girasol bordado.

Vestida con un traje que la ceñía con un corpiño en la cintura, de terciopelo verde musgo, decorado por cintas juguetonas de color marrón trigo, estaba la jóven en un patio al aire libre. A su izquierda se abría la vista a un cielo cerrado en nubes blancas. Un cielo que pendía sobre una muralla gris de piedra mojada. Y ella, parada en el medio, lejos de cualquier edificio, sintiéndo el frío del aire, como tratando de sentir algo. En su interior se mezclaba la duda con la tristeza y la nada la embargaba. De repente oye que la llaman de una de las torres y empezó a correr sobre la calzada hecha de adoquines de la misma piedra que las murallas que la rodeaban.

Las escaleras de caracol, de una piedra blanquecina y calcárea, están bañadas de una cálida luz que recuerda la del otoño. Las ventanas por las que disparaban los arqueros, estrechas y alargadas, servían hoy de tragaluz para esa escalera. La jóven doncella corría por las escaleras alzando su falda, con sus zapatos haciendo un suave "chs chs" contra la piedra a sus pies. Antes de llegar al piso donde debía llegar, la paralizó la imagen de su señora, la jóven doncella a la que ella servía, acompañada por uno de los altos mandos del ejército vistiendo su impecable armadura.

La noticia que le dieron la dejó sin pensamiento, sin sentimientos y sin fuerza: al unísono, sus brazos sucumbieron ante la fuerza de gravedad que segundos antes resistían con estoicismo y los hacía elevarse hasta hacer que las manos de ella se entrelazaran entre sí y se acomodaran a la altura de su pecho.

Los ojos del alma se cierran aquí, en el medioevo...

Y hace 2 días, después de unos 500 años de distancia, el velo del tiempo y el espacio se corrió. El sonido de una silla lo hizo interrumpir su descanso nocturno y pensó que sería uno de los gatos. Al ir a revisar, la encontró allí, en la oscuridad, vestida de blanco, con su cara de ternura y complacencia, con la felicidad pintada en sus ojos.

Al ir a encender la luz, para poder ver el camino que lo llevaría al regazo de ella, y dejar a su cabeza abandonarse a las caricias de las manos de ella, su amor desapareció y lo dejó allí, con su rostro pintado en el alma y el amargor de haber sido lo bastante imprudente como para prender la luz.

Y en blanco iba ella vestida, como reflejo de la pureza del amor que los une. Descalza, como el ser espiritual que le puebla los días y le acuna las noches. La imagen de ella hoy quedó en la retina de él en el hoy, tan vívido como el recuerdo más hermoso del ayer que los unió y los hizo jurarse una eternidad de búsquedas hasta hallarse para, finalmente, juntarse...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

los amores eternos... esos solo existieron en la época medieval...
actualmente ya no hay amores así, son desechables...
ja!
no me hagas caso, estoy de un pésimo... que upss!
un abrazo
:(

Lulu dijo...

Ana:
Oh!! Si, estás muy depre...
Existen, créeme que sí existen...
Somos las mismas almas, que hemos pasado por distintos cuerpos, hemos llevado distintas armaduras (ahora son ropas...) y hemos peleado distintas guerras (ahora se libran en los mercados de capitales, las fronteras y loscentros de investigación).

Somos las mismas almas, atadas entre sí por promesas hechas desde el cielo, desde antes de que nos separaran para, a través de distintas enseñanzas personales, nos encontráramos otra vez...

Tienes a la tuya por ahí...
Y sé que la mía está por ahí, la que ha de compartir vida conmigo en esta encarnación.

A veces no comparten vida como pareja, a veces son hijos, son padres, son hermanos, son primos, son amigos...
... y las almas gemelas pueden tener muchas pero muchas formas.

Pero, por lo general, reencarnan juntas. Así que no pierdas esperanzas, no te asustes, no te desesperes...

;)