Si la viera en la calle no la reconocería. Sé, sin embargo, cómo se veía a sus cinco años: era delgadita, casi palúdica, menuda en todos los rasgos posibles, con el cabello lacio, muy lacio, como el de su mamá y oscuro como el de su papá. Los ojos eran oscuros, pequeños, ralos, vacuos. Para mí ella era casi un pedacito de nada y la relación que sus padres tienen conmigo es la nulidad más patente. Desde hace años.
Nadie podría decir que esa niñita esmirriada, mocosa y con una colita de cabello mal atada, siempre despeinada, llegaría a convertirse en una jovencita de aspecto normal. Sí, normal, no esmirriada, simplemente delgada, no raquítica.
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