13 ago 2009

Desde el barandal

A Larissa le encanta cuando llueve. Le fascina. En su Chile natal, al sur, el viento los deja sin aire y sin habla pues es tan fuerte que hace que no puedas respirar sino por bocanadas que asfixian. En cambio el agua cae con ráfagas de aire y hace que el viento sea más suave.

A ella le encanta salir al antejardín de la casa y contemplar la lluvia caer, danzar, irse, estrellarse en el suelo, contra las rocas, contra el mar. El océano Pacífico no es tan calmo como su nombre y se agita cuando es época de lluvias. El mar te impide caminar por la playa. Las mareas suben y bajan. Y ella se siente subir y bajar, de la euforia a la melancolía, entonces: a veces la contempla desde la casa, apoyada contra la ventana, con la mano abierta para poder sentir el frescor de afuera en contraste con el calor de la casa. A veces sale en pos de ella, con la boca y los brazos abiertos, danzando una música loca que sólo ella escucha y que acalla completamente la voz de su madre, que le exije entrar para evitar un resfriado.

Ella nunca se resfria. Y su madre lo sabe, pero "miles de veces" le ha dicho que es imprudente, que el agua es muy fría (y es verdad), que un día pescará un resfrío y luego pasará el invierno enferma. Entonces se queda callada: Larissa deja que su madre le peine dos largas y apretadas trenzas, una a cada lado de la cabeza, mientras la salamandra(*) seca las ropas que ella acaba de traer mojadas a la casa y que su madre le ha hecho cambiar por secas y limpias tras un baño caliente "para devolverle al cuerpo su temperatura". Se sabe tan dueña de una verdad indiscutible como su madre de la suya.

El cielo lanza perdigones de agua hoy. Es el tipo de lluvia del sur cuando el mar se subleva. Pero hoy Larissa, con un vestido de flores que su madre le ha hecho, no siente deseos de salir a perseguir gotas de agua. Tampoco de quedarse en casa. Aprovecha que su madre descansa un rato antes de la cena para ponerse un chaleco(*) de lana y sus botas del jardín para salir al antejardín.

Tira de la puerta y un viento furioso la reprende, tratando de convencerla de entrar. Ella, impávida, cierra los ojos, se afloja la coleta, suelta sus cabellos y los sacude para que el viento los agite. Cierra tras de sí la puerta. Camina hacia uno de los lados del antejardín, el que apunta al mar agitado y oscuro que parece, él también, intentar persuadirla de entrar a la casa de nuevo. Es inútil, piensa ella, total, ya está húmeda por las minúsculas gotas de agua que, como alfileres, se le han clavado en el chaleco, la cara, y las manos, y las piernas y, seguramente, en las botas.

Avanza casi de memoria pues no puede abrir bien los ojos por el viento. Viento cegador con alfileres de agua. La detiene el barandal. El viento es tan fuerte que se abraza a la columna más a mano, la que ella buscaba con los ojos entrecerrados, la que está cerca de la canaleta de agua del techo.

Odioso como es el viento, sopla y rompe el hilo de agua que obedientemente cae por la canaleta hacia el jardincito de la propiedad. Algunos retazos de agua van a dar contra Larissa que, de repente, se siente rara. Nuevamente.

Hace días se sentía rara. Se hizo mujer y el hilillo de sangre que manchó sus sábanas fue motivo de alegría para su madre y de seriedad para su padre. Se le insiste sobre su deber de no jugar más de ciertas formas "porque ya eres una mujercita". Ella siente que es como la playa y su casa: que está en medio de un clima que no puede cambiar, que nadie le preguntó si quería o no quería tener, pero que hay que lidiar. Y está aprendiendo a lidiarlo. No le gusta tener "sus reglas" y que le digan que no puede hacer ciertas cosas porque "te puede hacer mal" o "ya eres una mujercita", pero todo pasará y seguirá la normalidad luego. Así lo ve y lo cree ella.

Hoy siente que, reglas o no, la lluvia es su cómplice como no lo fue nunca antes. Es furiosa, grita en los oidos, ruge en la barriga. Te quedas para adentro y no puedes hacer más nada que oirla cantar fuerte y con rabia para acallar al viento que le grita. Larissa siente que son como su abuela y su abuelo: se odian pero se aman. Y ella no puede evitar amar a la lluvia y al viento. Hoy la lluvia reta al viento, que le gritó nada más abrir la puerta de la casa.

Hoy se siente rara. No la molesta la sensación del agua helada en su piel que se ha erizado. Debajo del chaleco de lana ya no hay tanto calor, debajo de su vestido tampoco, dentro de ella sí. Sus pequeños senos se erizan por el frío. La falda le vuela torpemente, empapada por la lluvia. Las botas son pesadas por el agua que han conseguido atrapar. El chaleco va cayéndole por las caderas, colgándose por el peso del agua.

Y por dentro le arde un fuego extraño que no sentía esta mañana, que no había sentido ni con sus reglas ni antes, es un fuego desde su guata. Se da cuenta de que el chaleco está muy mojado. Se lo saca y lo deja caer. Vuelve a aferrarse a la columna del barandal. El contacto con esa madera pintada y lisa le hace arder ese extraño braserito interno que no había sentido antes.

El viento sigue rugiéndole en las orejas pero, de repente, ya no siente que la pueda intimidar. La lluvia sigue mojándola, como dándole ánimos y Larissa decide subir al barandal. Es fácil, ella lo ha hecho antes y su padre la ha retado antes por eso. Se afirma al barandal con una de sus manos y desanuda sus botas con la otra. Luego, de un salto, se sube. Sus pies se sujetan al bordillo de diez centímetros como si fuera un ave rapaz y ella recuesta su espalda de la columna, rodeándola con sus brazos y dejando totalmente expuesto su pecho.

Toda el agua de la canaleta le cae encima, empapa sus cabellos, su cara, su vestido, sus senos, su guata, sus muslos, sus pies. El viento sigue rugiendo pero la lluvia y ella son una, él no puede nada contra dos mujeres que se entienden bien y se complementan perfectamente: una es sabia y la otra es impetuosa. Es ese ímpetu lo que la hace sentir libre y ansiosa. Está desnuda a pesar de estar vestida y ya no puede estar ni más fría ni más caliente, ni más mojada ni más cobijada. Alza la cara y grita al viento, imprecándole por castigar a su amiga, la lluvia.

Y, como si la obedeciera, se hizo pequeño por un instante apenas. Cae un chorro de agua sobre la cabeza de Larissa y ella ha empieza a sentir ganas de arrancarse la ropa y bailar bajo la lluvia. Su madre, alarmada por los gritos y los gruñidos de su hija, ha salido al antejardín y la hace entrar.

La ropa se escurre frente a la salamandra de la sala. Larissa está sentada en el banquito de las trenzas, donde su madre siempre la regaña llena de amor, alentándola a ser fiel a sus verdades, como su madre es a las de ella. El viento cesó y se descuelga del cielo una lluvia apacible que hace que su padre llegue empapado a casa. Hay sopa en la cocina, fuego en la sala, agua caliente en el baño. Lluvia afuera. Se acerca el invierno. Todo está bien. Todo está como debe estar.

Y Larissa es feliz de una manera rara.
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Antejardín: Porche de una casa, al sur de Chile.
Afirmar: sujetar, agarrar.
Chaleco: al sur de Chile es sinónimo para suéter. Prenda para vestir, de mangas largas.
Guata: chilenismo para barriga, vientre. Tiene el mismo uso en Perú.
Retar: en Chile es sinónimo de reprender, regañar.
Salamandra: calefacción a leña hecha con cocinas antiguas de carbón y portezuela, a las que se le adapta un caño para la salida del humo.

4 comentarios:

Potter dijo...

Hola Lu!

Que buen texto ah! Larissa tremendo personaje, y es que la lluvia a veces es como complice de muchos y un austero enemigo de otros.

El paso a "mujercita" puede que a muchas las cambie, pero ser una plena mujer leva mucho más sacrificios que e cumplimiento de una regla o no.

Pero me queda la duda, por qué Chile?

Un abrazo, y coincido con Larissa, Lau y Lu: La felicidad a veces se da de una manera rara!

un beso mi reina de colores

Unknown dijo...

My sweetie pie...
Ah! Tan bonito que es leerlo sabiendo que lee conspicuamente...

A ver, sí, más que una regla se necesita estar segura de qué es lo que se persigue, qué es lo que se sueña, qué es lo que el corazón le dice a una. Y luchar por ello!! En ese sentido, tanto la mamá de Larissa como Larissa, están en lo cierto: una sólo quiere criar bien a su hija, en un entorno sano y feliz y la otra sólo quiere bailar con la lluvia, aunque se lo prohiban.

Y el sur de Chile porque, aunque jamás lo he visitado, si me habló una vez un amigo chileno de él y me pareció una tierra tan profundamente hosca, tan hondamente agreste a ratos, que es casi casi "esencial". La esencia de la mujer que es Larissa se expresa entonces en un entorno más orgánico, más puro. Sé que hay civilización y hay bellezas de ciudades, quisiera ir algún día... pero sé que es posible una vida donde caminar a orillas de la playa es cosa de todos los días, donde el viento, cuando sopla, se siente con toda la fuerza del polo sur, donde la lluvia agita a un océano (viven al lado de un océano!! qué increible!!) que irónicamente llaman Pacífico y es muy violento y hosco cuando llueve como no llueve en otras partes de Chile.

Mi amigo estuvo a cargo de la revisión del texto para ver si la terminología era correcta. Se quedó impresionado de cómo describí sensaciones corpóreas de un Chile qu eno conozco y él no me describió jamás con tanto detalle...

... y serán los viajes astrales, digo yo! ;)

Y tengo que hablar con usted, mi señorito verde esperanza...

Un besote!!

Vienna dijo...

Ese sentirse rara que nunca dejamos del todo las mujeres...

Lulu dijo...

Vienna:
... y a veces, también, los hombres.
Llegaste con las pilas puestas y toda cargada, ah?!!