28 jun 2009

Susana

Nota de la Autora: Este texto es una contribución a lo que hoy se celebra: el día del Orgullo Gay.
Así que, como es de esperarse, va dedicado a mi gente comprometida con la causa:
A Chuchito y Daniel, mis primeros "hermanitos gay".
A E, C y J que nunca se creerían, si llegan a leerlas, que de mi mano saldrían estas líneas.
A M y P, porque sé que se van a asustar si lo leen. Todo está bien, no se preocupen, sigo igualita...
A Potter, porque fue por él que me enteré de este homenaje bloguero.

El alegre baile de las gotas de agua chocando contra las paredes y el piso de la ducha me hicieron entrar al baño. Una vez dentro, por razones estéticas y de distribución de la estancia, era imposible no contemplar la ducha con su puerta de vidrio que derrochaba luz, arte e impudicia gracias a un caprichoso esmerilado de trazos abstractos muy fluidos y elegantes. Detrás de esa puerta, jugando a trasluz con su jabón, la espuma, el agua y el ritual higiénico que compartimos la mayoría de los mortales, estaba ella, Susana.

En ese preciso instante en que entré al baño, se encontraba ella enjuagándose el cabello. Una cascada blanca, de espuma y perfume, se deslizaba irregularmente por su anatomía. Me quedé observando, distraidamente, el espectáculo que todo ello ofrecía a mis sentidos: separada por el meandro de su cuello y sus hombros, la cascada de espuma se dividía en dos corriente. Una invadía su espalda fibrosa y se deslizaba velozmente cuesta abajo hasta sus nalgas turgentes y breves. La otra era una madeja de espuma que se deshacía contra ese par de piedras que eran sus senos erizados, y se reunían a la altura de su ombligo menudo en aquel terso, casi sedoso, vientre de ella.

Ambas vertientes de la cascada se juntaban en sus caderas y, de allí en más, corrían juntas, jocosas, cuesta abajo por esos muslos, pantorrillas tobillos y pies que la naturaleza había sabido moldearle bien. El recorrido, como era esperable, iba a parar al albañal. Y hasta que no llegaron allí, mis ojos no habían dejado a mi mente reaccionar.

Contemplar ese espectáculo tan gravitacional, tan físico, tan simple, me había hecho sentir una petrificación corporal. Y, he de admitirlo, a fuerza de puro mirar, en ese momento, algo en mí había cambiado. Sentí un súbito estremecimiento y una oleada de calor cubrió mis orejas. Allí, por fortuna, comenzó un diálogo desde sus salpicones de agua y mi petrificación inexperimentada.

-¿Eres tú? Preguntó ella
-Sí. Vine a ver si tenías toalla.

No hubo respuesta de su parte. Terminaba de enjuagarse el cabello y, supuse yo, no me habría oido. Yo, aún como tronco de árbol, contemplaba cómo el agua fluía con furia por sus pechos preciosos, erizados, redondos, rematados por unos pezones juguetones y provocadores. Una de sus piernas mantenía su peso en equilibrio mientras la otra daba un paso hacia atrás para ayudarla a salir del vórtice de espuma de todos mis temblores.

-Disculpa, no te escuché, dijo ella.
-Eh... te decía que vine a ver si tenías toalla.

Tampoco hubo respuesta. Algo de jabón en las orejas le habría quedado y, a fuerza de enjuagarlas no oía nada.

-Ah! Sí! Ya me di cuenta de que saliste antes de allá! Jajajajaja..

Ella reía a carcajadas y yo la contemplaba, estatuescamente, con espasmos y preguntas varios. En este caso, quien no había emitido respuesta, fui yo.

-No te oí nada, estaba lavándome las orejas... ¿Qué tal tu día? Preguntó mientras se enjabonaba la espalda.
-Todo bien, cancelaron la reunión de ventas al final de la tarde y por eso estoy aquí antes. ¿Qué tal te fue a tí?
-Bien, ahí, me encontré con el imbécil de Carlos... él iba entrando y yo saliendo del cafetín y se le salió del culo saludarme.

Carlos. Su ex. Hacía cosa de un año y centavos que habían terminado y, aunque fue él quien decidió dejarlo todo, fue él también quien había empezado una persecución implacable para recuperarla tan pronto supo que ella tenía alguna mirada para un cliente. Ella, sabiamente, se rehusaba a volver con Carlos argumentando que si él había decidido irse era por alguna buena razón. Y que si no la había tenido entonces, era una buena razón para que ella se alejara de él y su vena lunática.

-¿Y qué te dijo? Pregunté
-Nada, sólo me saludó, pero me descompuso el rato. Llegué a casa pensando en darme un baño caliente y largo.
- Así largas todo el mal rato con la espumita, por el albañal; agregué.
- ¡Aja! Eso mismo. Además que así me mimo.

Ma, me, mi, mo, mu. Mi mamá me mima. ¡Quien fuera ese jabón, ese chorro de agua, para mimar esa suave piel oliva que recorría la fibrosa anatomía de la niña Susana!

De inmediato di un respingón hacia atrás: ¿cómo había podido pensado eso? ¡Era casi inconcebible! Luego, lo consideré más sobriamente. Aunque nos unían años de amistad, veladas de llanto y risas a granel, nunca antes la había mirado con un rastro de otra cosa que no fuera fraternidad. Era la hermana que yo nunca tuve, sólo eso. Así que esta recién descubierta lujuria que me hacía pensar así, me incomodaba.

Mientras, ella seguía con su jabón en la mano, empapando mi interior. Los tirones en mi vientre, los calambres en mis piernas, la tensión en mi pecho, hicieron que una de mis manos se diera a la tarea de calmar tanta imaginación casi pecaminosa. Me recosté contra la pared frente al lavamanos. Ella continuó con su diálogo interrumpido.

-Porque hay que mimarse, ¿sabes? Si una no lo empieza, ¿quién lo continúa?
-¡ Yo!
Dije casi en un gemido
-¿Ah? ¿Tú? ¿De qué hablas?
-¿Qué fue lo que dijiste? Crei que estabas preguntando algo; le dije a las prisas, tratando de enmendar mi locura gutural.
-No, que si una no se mima, ¿quién lo hará?
-Ah! Sí, es verdad, totalmente de acuerdo contigo. No, yo te entendí otra cosa.
-¿Qué cosa entendiste? ¿Me puedes pasar una toalla? Menos mal que estás aquí...
-Y, no sé, una loquera seguro.

Me lavé las manos, me las sequé y cogí una toalla para dársela por encima de la puerta de la ducha. Ella, distraida, no había visto el gesto y abrió la ducha antes de darse de narices con la toalla. En lo que la hoja de la puerta de la ducha se comenzó a deslizar apra abrirse, yo había vuelto mi rostro hacia atrás. Ella rió de buen grado

-¡Tonta! ¡Si todas las mujeres tenemos lo mismo!
-Sí, pero a mí me da vergüenza verte. Respondí.
-¡Bobita! ¡Cualquiera cree que eres una niñita penosa! Jajajajajaja... Si hasta el mismo Ramón me dijo el otro día que a él le parecía que había una fierecilla que vivía en tí, que no podías seguir moviendo la cola así por la vida y creer que no te iban a decir cosas en la calle.
-¿En serio te dijo eso? ¡Qué pasado que es! Hombres... no se les puede pedir más... ¡Y sí, soy penosa a veces!

Ella había comenzado a secarse allí, a mis espaldas, mientras conversaba conmigo. Al final, dejó la toalla en el colgador y, saliendo del baño, me dijo

-Tienes razón, todas somos penosas a veces.

Y me dejó envuelta con su desnudez.

4 comentarios:

andrea dijo...

En verdad, hoy es el dia del orgullo gay, bueno que bien aprendi algo nuevo XD. Bueno y el escrito esta muy bueno, excelente. No se que mas decir siento que las palabras sobran para describir tu escrito. XD bueno saludos

Manzana. dijo...

ayayaayayayyyyyyyyy señorita!

no te preocupes, siempre he pensado que TODOS hombres y mujeres tenemos algo de homosexualidad en nosotros, ademas tu y yo sabemos que el cuerpo de una mujer es mucho mas atractivo y exitante que el de un hombre... sobre todo si esta bien formado... solo hay que saber donde se esta parado

=) me encanto

Potter dijo...

Oye Mi Lu

Que lindo gesto, que lindo texto, que linda tú!

Ayer fue una noche fabulosa la pasamos del carajo!
Gracias por el texto me voy a bañar ya mismoooooooooo.

Un abrazo.
;)

Betzabé dijo...

Mmmm... yo ni sabía. Pasé ese día de buenas noches y eso que tengo como mil amigos gays.

Qué buen texto Lulú!!!

Ah, sí... este... en mi post de hoy te encargué una tareita...