Te prohibo dar un paso más. No, ni uno más. Si me vas a decir todo lo que tienes por dentro, comiéndote el corazón, dímelo. Vamos. De frente, como a un igual.
Dime qué tanto me odias. Dime qué tanto me amas. Dime qué te dolió de todo lo que me achacas. Dime lo que te dolió de lo que te dijeron mis palabras. Dime lo que piensas. Anda. Pero prepárate para que te insulte si me insultas nuevamente.
Vamos, mídete con un igual, cuéntame de lo que te sentó mal. Anda, que son todas tus palabras contra todas mis palabras. Son todos tus rencores y resentimientos contra la red de mi infinito amor hacia tí y mi deseo de salir intacta de tus feroces palabras. Son todos tus rencores contra mi deseo de hacerte ver que eres exactamente eso que me reclamas ser.
Anda, que no te acobarde mi aparente ternura, que no te detenga la que tu llamas mi bondad. Que no te atenace mi mirada de compasión y mi casi perdida calma. Que no te provoque una tregua el silencio de mi boca por culpa de mi mente agitada.
Pero eso sí, a tres pasos de distancia. Te prohibo acercarte ni un milímetro más. No quiero terminar con mi cara en tus hombros ni tus manos en mis caderas. Allí, te lo juro, se te olvidan los rencores y se me fuga la calma. Y eso, te lo aseguro, me va a llenar de rencores irrenconciliables contigo y conmigo...
... porque no sabré perdonarme el no haber podido tener un diálogo maduro y sensato, insultante e infantil, o cualquier cosa entre esos extremos y, en cambio, haberlo trocado por uno hormonado y adolescente, de esos que siempre tenemos cuando estamos a menos de tres pasos de distancia.
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